sigo leyendo y llego a johannes de muris, y antes, el ars nova, y un poco más acá en el tiempo o más allá una j de 17 años revisando sus ejercicios de contrapunto corregidos en rojo porque: por favor señor ¡no borre! corrija con color, una y otra vez sobre las hojas pentagramadas, no borre, por favor no me anule, déjeme ver en qué me equivoqué porque el error es mío y necesario, por favor, no borre, decía, ahora llego a las declaraciones acerca de la perfección del número tres:
tres es perfecto. dos es infame por apartarse del principio de unidad.
entonces, recuerdo que hace muchos años [esa otra yo de treinta años] escribí esto, que, casualmente es el número III de una serie de VII.
...
Lorenzo:
Lorenzo es
un amante empedernido, no sólo en el sentido voluptuoso que la palabra evoca:
ama a las mujeres como quien ama la música o la literatura y colecciona discos
y libros con devoción religiosa. Aunque en su caso se trata de un culto
politeísta: Lorenzo adora a todas y cada una ellas.
Cada vez
que a Lorenzo le presentan una mujer le resulta imposible no imaginar cómo
sería verse envuelto en una historia con ella. No importan la condición ni la
edad de la fémina en cuestión: todas encierran algún motivo de admiración que
con seguridad valdrá la pena ser descubierto. Así, por ejemplo, si ella es
diez, quince o veinte años mayor que él, Lorenzo trata minuciosamente de
construir la imagen de esa mujer en su juventud, imagina cómo brillarían sus
ojos si tuviera la oportunidad de abrazarla, o cómo luciría su rostro si
pudiera liberarlo de las marcas impiadosas que el tiempo ha dejado nacer
alrededor de su sonrisa. Si en cambio es demasiado joven, fantasea con
esperarla hasta que alcance la edad suficiente para poder hacerla suya. Y por supuesto
existen también los casos en los que, independientemente de qué tan lejana sea
la edad de la mujer, Lorenzo no querría modificar nada en absoluto.
Si se
trata de una mujer que la mayoría de los hombres consideran poco apetecible,
enseguida él especula con los placeres que su boca podría ofrecerle. Y así con
todas. Siempre hay algo: el instinto maternal en una, la feminidad en la otra,
la candidez en la de más allá, la inteligencia en la de más acá. Lorenzo, por
ejemplo, no teme la inteligencia en las mujeres. Al contrario, posee la
capacidad de disfrutar la conversación más elevada aún sabiendo que no obtendrá
ningún placer físico de la mujer que la prodiga. Tampoco le molesta la
tontería. Hasta le parece que, en algunas, es un rasgo particularmente
encantador.
No hay
oportunidad que se le antoje digna de ser dejada de lado. Incluso ve los casos
inaceptables para muchos, como la contraparte necesaria para resaltar aún con
más fuerza la belleza de las demás. Lorenzo encuentra un no sé qué de voluptuosidad
en el hecho de que haya un universo por descubrir oculto entre las piernas de
cualquier mujer, aún cuando la llave para ingresar en él le sea negada.
Lorenzo
tiene por costumbre mantener relaciones con varias mujeres al mismo tiempo y no
se preocupa demasiado por que una se entere de la existencia de sus enredos con
las otras. Siendo la naturaleza tan exquisitamente generosa no encuentra razón
alguna para la práctica de la monogamia, a la que considera, por otra parte,
irrazonable en extremo. Además, si alguna vez rompiera con cualquiera de sus
mujeres ¿por qué habría de preocuparse?: Lorenzo tiene la certeza de que otra
más aparecería a su debido tiempo. Es que para él, entristecerse por la pérdida
de una de ellas le resulta tan absurdo como entristecerse por la desaparición
de las flores en invierno. Es sabido que, después de todo, la primavera retorna
siempre invariable con brotes nuevos.
De tanto
en tanto y como todo coleccionista, Lorenzo disfruta de hacer revisiones
mentales de aquello que más aprecia en cada una de sus amantes.
Manuela:
Por
ejemplo, Lorenzo acaba de decidir que lo que más le gusta de acostarse con
Manuela es el olor a tierra húmeda que emana de su cuerpo desnudo en la
postrimería del sexo. No la lengua tímida y a la vez ávida y ansiosa. No el
sinuoso devenir de su cintura hacia el valle de sus caderas. No el marfil de
sus dientes blanquísimos que juguetean una y otra vez con los lóbulos de sus
orejas, con el vértice de su propio sexo. Simplemente el aroma que queda cuando
todo llega al fin, como deseando prolongar el instante de felicidad suprema por
algo más que esos pocos segundos que la naturaleza le asigna inconmovible.
Lorenzo tiene plena conciencia de que la eternidad no está a su alcance, pero
sí lo está la ilusión de su existencia. Y el perfume del cuerpo tibio de
Manuela le brinda esa ilusión de eternidad con la que tantas veces se ha
permitido soñar inútilmente.
Anoche fue
una de esas noches.
Ernestina:
La de hoy
es diferente y las estelas perfumadas de Manuela no son más que un recuerdo
vago que no consigue emerger de las profundidades de su memoria. Porque no es
ella quien lo acompaña, sino Ernestina. Ernestina quien desmiente con su
actitud animal toda la fragilidad que uno imagina encontrar en ella al escuchar
su nombre, tan parecido a la música. Lorenzo recuerda de la tarde en que la
conoció, ni las circunstancias ni el lugar, sino la impresión de campanas que
le causó su voz al responder a su inquisitivo:
–¿Cómo te
llamás?
–Er-nes-ti-na.
Y la
palabra se había puesto a flotar indefinidamente en el aire como un tañido
transparente y lejano. En aquél momento Lorenzo pensó que nada podría ser más
dulce y extraordinario que escuchar ese sonido en los momentos del amor. Y más
tarde se habría sorprendido ante la súbita transformación de Ernestina en un
torrente avasallante y silencioso que amenazaba con hacerlo desaparecer.
Con el
tiempo, ha llegado a darse cuenta de que lo que más le gusta de acostarse con
Ernestina, es esa imposibilidad de reconocerse que lo asalta apenas comienzan
las caudalosas precipitaciones de besos y caricias que ella ofrece tan
generosamente. No el sabor apenas dulce que esconde entre la delgadez de sus
piernas efímeras. No el que lo deje explorar cada una de las cavidades de su
naturaleza cuantas veces quiera, como quiera. No el sonido de campanas de su
voz recordándole una y otra vez que es suya. La experiencia de dejar de ser
quien es sin tener que abandonar su existencia. La posibilidad de transformarse
en otro y ser el mismo.
Y así
pasan las noches de Lorenzo junto a la compañía tibia de Manuela o a la
brutalidad animal de Ernestina. No podría ser más feliz. No podría haber
encontrado una combinación mejor de amantes. Lorenzo ha descubierto en ellas
dos la síntesis de todas las mujeres que ha conocido y que deseaba conocer. Y
así es como de apoco los encuentros con otras mujeres van haciéndose cada vez
más raros. Así es como en algún momento desaparecerán totalmente.
Lorenzo, Manuela y Ernestina:
El tren de
Lorenzo ha llegado a una estación que siempre había considerado inexistente.
Lorenzo se ha enamorado perdidamente. A decir verdad, él siempre creyó que se
hallaba en una condición de enamoramiento crónico con respecto a la totalidad
absoluta del universo de mujeres y que eso era lo que le impedía la consecución
de lo que los demás vulgarmente llaman fidelidad.
Pero esta
vez las cosas son diferentes. Diferentes porque está realmente enamorado de
ambas. Sí, lo que conocemos como amor a Lorenzo le ha llegado de manera
totalmente inesperada. Manuela y Ernestina han cobrado una significación que
jamás hubiera creído posible. De repente la idea de que una de las dos pueda
llegar a conocer la realidad que él comparte con la otra ha comenzado a
preocuparlo con una insistencia inusitada.
Más adelante,
la preocupación se transformará en tormento. De tal forma lo angustia la
posibilidad de perderlas que ya ni siquiera es capaz de disfrutar del perfume a
tierra mojada que queda danzando en la habitación después del sexo con Manuela.
Tampoco los desaforados encuentros con Ernestina logran apaciguar la idea que
lo atormenta. Ni siquiera se da cuenta de que podría suceder que ellas lo dejen
por otro. No: la única posibilidad que lo persigue hasta en sueños es la de que
se encuentren. De que se enteren. Por primera vez en su vida se ve en la
necesidad de tomar precauciones. Paradójicamente, serán esas mismas
precauciones las que lo perderán: no hay nada más evidente que una mentira a la
que intentamos vestir con un disfraz que intenta parecerse a una verdad
inmaterial.
Lorenzo
comienza a especular acerca de lo que podría acaecer en caso de ser descubierta
la naturaleza dual de sus amores. Se sorprende una y otra vez construyendo
mentalmente la reacción de ambas mujeres en el instante funesto de la revelación.
Ya no dedica un solo instante al gratificante ejercicio de recordar, atesorar y
fantasear con lo que más disfruta con Manuela o con Ernestina. Ahora su
situación es del todo diferente. Podría ocurrir esto. Podría suceder aquello.
Es inevitable. Van a saberlo. Así como en otros tiempos lo supieron las demás.
Así como lo supo Alejandra. Sólo que esta vez. Esta vez qué.
Manuela y Ernestina:
Podría
ocurrir que Manuela y Ernestina se encuentren, a pedido de Manuela, en algún
café del barrio donde se veía con Lorenzo antes de ir al hotel donde solían
amarse. Podría ser que ella se sintiera profundamente conmovida al enterarse de
la existencia de Ernestina y que se viera compelida a citarla para darle la más
innecesaria de las explicaciones. Podría acontecer que Ernestina acceda a la
petición de Manuela a pesar de que el orgullo debe estar molestándola como lo
hace una bala clavada en las entrañas de un animal herido.
Podría
producirse entre ellas un diálogo tenso e infructuoso, similar al que sigue.
–Hola, soy
Manuela, creo que no es necesario que nos presentemos– diría Manuela en un
susurro, tímida y apologética.
Y
Ernestina, seguramente, respondería con su voz de campanas anunciando la
llegada de un odiado pero jamás temido enemigo:
–Por
supuesto que no hace falta.
–Mirá, yo
quería decirte...
–En
realidad, vos y yo no tenemos nada de qué hablar.
–... no
sabía que ustedes dos tuvieran algo.
–Si es por
eso no te preocupes, yo tampoco sabía nada ni me interesa enterarme de nada. Es
más, entre él y yo ya no hay ninguna historia.
–Tampoco
sabía que hubieran terminado...
–Quedate
tranquila, no necesito tus explicaciones.
Aquí
Ernestina podría levantarse de una silla en la que jamás habría elegido
sentarse de no haber sido porque las circunstancias la habían obligado.
Ernestina pegaría media vuelta llevándose con ella a otra parte su orgullo y el
sonido de campanas de su voz ofendida ante los torpes intentos de Manuela.
Manuela, a
su vez, pagaría el café que seguramente está intacto. Sus ojos llorarían tibias
lágrimas y daría por terminado el encuentro con Ernestina y el recuerdo de
Lorenzo.
Lorenzo:
Los
acontecimientos se dieron, finalmente, tal como Lorenzo los había imaginado: él
mismo no soportó más la situación y confesó primero a una, después a la otra,
la naturaleza de sus amores. Ahora la
ruptura lo está llevando al límite mismo de su capacidad de sufrimiento. Más
aún tratándose de una doble pérdida porque está profundamente enamorado de
ambas. El amor no le ha llegado como a otros encarnado en el cuerpo y alma de
una sola mujer sino de dos. ¿Cómo es posible que aquello que le ha brindado
tantos motivos de felicidad durante su vida sea ahora la principal causa de su
desgracia? Lorenzo no sabe qué hacer. Se ha quedado danzando con las sombras de
lo que alguna vez fue su vida entera. Pero ahora es ahora, y su concepción
naturalista del universo le habla de continuidades, de instintos, de la
imposibilidad de entregarse al abrazo mortal de la melancolía.
Lorenzo
podría guardar en los arcones del olvido todo lo que esté relacionado con el
reino femenino. Podría librarse definitivamente de las mujeres y entregarse a
la contemplación del mundo, que no menos secretos guarda. O bien podría
continuar llevando una vida disipada, experimentando aquí y allá con los encantos
de una y otra, siendo fiel a su esencia y a sus costumbres. O podría encontrar otra mujer de la cual
enamorarse profundamente, quien lo corresponda y con quien pueda iniciar una
vida de improbables relaciones monogámicas.
Lo cierto
es que Lorenzo continuará sirviéndose los frutos que el destino ponga en su
camino. El deseo de poseer a todas y cada una de las mujeres con quienes se
cruce a lo largo de su vida no se apagará en él sino en el momento definitivo
de la muerte, que sucederá muchísimos años después de los hechos de Manuela y
Ernestina. Lo cierto es también que Lorenzo nunca volverá a ser tan fiel ni tan
feliz como lo fue con ellas.