domingo, agosto 27, 2017

55.

no puedo parar de llorar. de repente me di cuenta que pasaron 18 años y que fui muy feliz en esta casa (a pesar de todas mis dudas y locuras, o mejor con todas mis dudas y locuras), desde el momento en que entré, embarazada de casi 8 meses: una panza enorme, el pelo largo (tenía el pelo hermoso, la cara redonda, no había engordado mucho) estaba estudiando, iba de acá para allá como una abeja laboriosa, en constante movimiento con un bebé danzante dentro. nos mudamos con la casa vacía: era grande para una pareja de chicos recién juntados. invitábamos a todo el mundo: vean, esta es nuestra casa, miren qué linda, miren cuánta luz y cuánto sol y qué felices somos y qué jóvenes y hermosos. 

llegó lucas y lloraba todo el tiempo y yo me desesperaba porque no sabía qué hacer. hasta que un día empezó a dormir toda la noche (fue pronto, al mes) y nos entendimos mejor. me corté el pelo corto corto. tenía el pelo de varón y el cuerpo lleno de leche y ya estaba flaca de nuevo y lucas se puso gordo como una bola porque la leche era buena y mucha y éramos la vaca y el ternero. una vaca estudiosa que dio mal sus exámenes porque la última semana el bebé tenía fiebre y la vaca tuvo que seguir estudiando hasta marzo. sabía de macroeconomía, teoría de los juegos, crecimiento y desarrollo, matemáticas, etc. y estudiaba francés porque además quería leer a proust. 

después la vaca dejó de ser vaca, volvió al trabajo y extrañaba mucho al bebé y se sucedieron las fiestas, los cumpleaños, el bautismo con la camisita blanca, mamá y papá venían a casa, todos mis hermanos menos pache que en 2001 dijo que quería, que tenía que ir a vivir a españa porque. nunca supe bien por qué. venían los amigos, nuestros compañeros de trabajo, era un lugar de encuentro, un lugar de bienvenida, sin muebles ni formalidades, puro amor. 

en 2001  nos casamos ya ahí si se llenó un poco con los regalos, el casamiento en el socorro, la fiesta en el palacio san miguel, como una reina de vestido largo, lucas llorando en el fondo de la iglesia. irene leyendo las lecturas del antiguo testamento (le había dicho: cuidado con el cura, mirá que es muy buen mozo, mentira, le dije que el cura estaba muy bueno o algo así). yo ya no creía en dios desde hacía tiempo. íbamos de viaje a europa, a brasil, a estados unidos a visitar a las chicas a boston, a colarme en las clases de la school of government en harvard (irene de nuevo, cómo la extraño, detesto que viva en londres, detesto que no me hable más seguido). no pude ir a las de literatura en bu porque el profesor le dijo a laura que iba a distraer la clase. 

escribía. escribía. escribía. 

estuve un par de años escribiendo y creyendo que ese era mi fin en la vida: ser una escritora. hasta que llegó ezequiel un día y mi cuerpo volvió a inflarse como un globo, engordé bastante, estaba cansada, el hermanito mayor se puso demandante: quiero el unicato para siempre. llegó ezequiel. se fue mamá. la casa empezó a mostrar que había niños impiadosos habitándola: las paredes con las marcas de los triciclos, con dibujos, los sillones manchados porque los niños jugaban a que eran enormes transatlánticos con los que cruzaban el océano: los cargaban con juguetes y provisiones y yo les dejaba hacer con tal de que miraran menos televisión. debajo de la mesa había una casa también: era un refugio. 

hicimos menos reuniones, dejamos un poco de viajar (los chicos chicos). empecé a bailar tango y a trabajar seriamente  y a creer que podía hacer una carrera en "la corporación". trabajaba mucho, ganaba acorde, dejé de escribir, veía poco a mis hijos, los cuidaban otros, norma, la abuela, gustavo. también eso pasó y volví a ser más normal y retomé el tango en 2011/2012 y sólo escribía esporádicamente y no arreglábamos la casa, sólo cambiamos cosas de lugar, pintamos un poco, reparamos lo urgente. los chicos crecieron, empezamos a ver otras casas hace como cinco años y cuánto nos costó llegar a este momento: no nos animábamos. por ahí en esos años compré un teclado porque no sé cómo se me había ocurrido que quería tocar el piano. lo compré pero casi no tocaba. 

y hoy es hoy. las chicas vinieron anoche y se despidieron y me preguntaron cuándo hice todo. les dije que no hice nada, que las cajas las organizó, llenó y rotuló norma porque "señora, no vamos a llegar al sábado 2 así" de manera que un día vine tarde de la oficina y estaban todas las bibliotecas desarmadas, habían desaparecido los cds, parte de la ropa, el juego de vajilla de villeroy. 

qué bien. tomamos café. charlamos. cumplí con tocar el falso piano un poco. hablando mientras tocaba como para disimular. adriana se emocionó un poco porque está por casarse y cuando éramos chicas me había pedido que le prometiera que iba a tocar ese preludio de bach el día de su casamiento. 

 

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