jueves, septiembre 30, 2004

Entonces decido pasar a un papel el carácter fragmentario de mi cotidianeidad, lo que se traduce en un montón de copiatinas tomadas de mis libros. Detesto, de repente, la omisión del subrayado en tantos de ellos: es casi como no haberlos leído.

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Entra el tipo, saluda holaquetalquetetraeporacá: un imberbe de ojos azules que bien podría ser mi hermano menor: la duda acecha. Cundeacomete. ¿Eso dónde lo leí? Dónde, dónde, dónde. Cundeacomete galopante sueño. Ah, ya sé, en algún sitio no subrayado y venerablemente inolvidable, envidi, amable, ador. Able. Aora o calle para siempre.

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Vuelvo sobre Conti y no consigo de (ninguna) manera el mínimo de concentración requerido para hacer posible la materialización de la historia con los ladrillos (duros) de mi imaginación. La lectura se convierte en una especie de caminata de langosta que no lleva ni trae a ninguna parte Y entró una langosta, y salió con otro grano. Y entró otra langosta, y salió con otro grano Y así ad infinitum hasta completar el granero.

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Acerca de los talleres literarios: veo/leo un ensayo sobre el tema de referencia. Ajá. Sí, claro. Muy interesante. Hmm. La insoportable soledad del.. ¿o era de él?. La inaceptable deflación del globo, ese globo al que hemos dado en llamar yo (no yo, se entiende, pero yo, o el yo de los demás).

sábado, septiembre 25, 2004

Digamos que hagamos que hablamos que vamos. Después de un refucilazo no quedan más que chispas, y las chispas a la pavesa. O a la pava esa. Por supuesto que a la una de la madrugada y en mitad de la pampa no es mucho lo que se puede decir. Hay quienes refieren que la pampa tiene el ombú, y lo hacen un poco dogmáticamente. Yo tengo mi ombligo, eso es cierto y tangible. No que el ombú no lo sea, pero a nadie le importa ir a tangir el ombú para comprobar su existencia. Por otra parte, todavía hay esperanzas de que mi ombligo despierte cierto interés en algún tangidor que se precie. La pampa y yo vamos a mancomunarnos para parir un omblú o un ombugo un día de estos. Con Otelo había esa cuestión de ensillar al rosillo para salir al campo y arrear el ganado. Pero no se hablaba más que de historia y de sucesiones merovingias: era arreglarse con eso o morir en el tiento. Por lo general terminábamos en pompas fúnebres de lo más variadas. Y sin embargo: Otelo nada que ver con nada.

Infiniquitísimo todo, por supuesto y curioso que estando la cantimplora tan rebosante de agua en lo precioso de este instante el derramamiento vaya por dentro. Se me disparan las palabras. Se disiparan.

Tal
vez
o
talvezamente.

¿O talvezencuando?