sábado, septiembre 25, 2004

Digamos que hagamos que hablamos que vamos. Después de un refucilazo no quedan más que chispas, y las chispas a la pavesa. O a la pava esa. Por supuesto que a la una de la madrugada y en mitad de la pampa no es mucho lo que se puede decir. Hay quienes refieren que la pampa tiene el ombú, y lo hacen un poco dogmáticamente. Yo tengo mi ombligo, eso es cierto y tangible. No que el ombú no lo sea, pero a nadie le importa ir a tangir el ombú para comprobar su existencia. Por otra parte, todavía hay esperanzas de que mi ombligo despierte cierto interés en algún tangidor que se precie. La pampa y yo vamos a mancomunarnos para parir un omblú o un ombugo un día de estos. Con Otelo había esa cuestión de ensillar al rosillo para salir al campo y arrear el ganado. Pero no se hablaba más que de historia y de sucesiones merovingias: era arreglarse con eso o morir en el tiento. Por lo general terminábamos en pompas fúnebres de lo más variadas. Y sin embargo: Otelo nada que ver con nada.

Infiniquitísimo todo, por supuesto y curioso que estando la cantimplora tan rebosante de agua en lo precioso de este instante el derramamiento vaya por dentro. Se me disparan las palabras. Se disiparan.

Tal
vez
o
talvezamente.

¿O talvezencuando?

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