lunes, enero 31, 2005

SS "On style"

i. El artículo comienza señalando que, a pesar de que hoy en día nadie niega que el estilo es una parte orgánica de la obra de arte, la dicotomía forma vs. contenido tradicionalmente utilizada por la crítica todavía subsiste. Dice SS “es muy difícil hablar del estilo de una novela o poema en particular sin implicar que se trata de algo meramente decorativo o accesorio, aun cuando no sea esa la intención. Por el simple hecho de emplear la noción de estilo, el crítico se ve inclinado a invocar, aunque más no sea implícitamente, una antítesis entre el estilo y algo más”

ii. El estilo es, en realidad, la forma en que la obra se materializa. Se trata, creo, de su propia constitución y sustancia (lo que, en otras palabras, sugeriría que no puede considerarse al estilo como un atributo de la misma).
En este punto surge la pregunta –con respecto a una obra literaria, por ejemplo--: ¿podría haber sido dicho de otra manera? Sí. Sin embargo, si así fuera, no se trataría de la misma obra.

iii. Toda obra de arte trae aparejado un estilo. El estilo no es cuantitativo. Lo que se reconoce como un estilo determinado es una cierta regularidad que solo puede apreciarse desde una perspectiva histórica o desde una serie de convenciones.
“Further: the visibility of style is itself a product of historical consciousness.”


iv. SS diferencia estilo de “estilización”, refiriéndose con esto último a los artistas que cultivan determinadas formas de manera "intencional" o exagerada. Ejemplifica con el manierismo en pintura en el siglo XVI, el Art Nouveou. De hecho, estos artistas
“seem to be preoccupied with stylistic questions and indeed to place the accent less on what they are saying than on the manner of saying it”
De modo que se da una separación muy clara entre el contenido y la forma. Hay una distancia mediante la cual el artista manipula ese contenido.

v. La sigo luego.

domingo, enero 30, 2005

domingo, enero 23, 2005

¿ergo?

viernes, enero 14, 2005

cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo

CEREBELO CEREBELO CEREBELO CEREBELO CEREBELO CEREBELO CEREBELO CEREBELO CEREBELO CEREBELO CEREBELO CEREBELO CEREBELO CEREBELO CEREBELO CEREBELO CEREBELO CEREBELO CEREBELO CEREBELO CEREBELO CEREBELO CEREBELO CEREBELO CEREBELO CEREBELO CEREBELO CEREBELO CEREBELO CEREBELO CEREBELO CEREBELO CEREBELO CEREBELO CEREBELO CEREBELO

cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo

cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo cerebelo


antes, en algún lugar de la niñez, era divertido repetir una palabra tantas veces como fuera necesario para que perdiera el sentido.

hoy.

no sé.

miércoles, enero 12, 2005

Apollinaire dice respecto del cubismo: el cubismo es a la pintura lo que la música a la literatura. Lo dice en el sentido de que el cubismo ya no se propone imitar la naturaleza o la realidad sino que busca la construcción de una realidad nueva: no se pintan los objetos como se los ve, sino como son. El objeto se representa luego de haber sido minuciosamente diseccionado y pasa por un por un proceso de reconstrucción racional. No importa el objeto en cuestión sino la pintura per se. No importa la representación: el cuadro es una realidad nueva, independiente de aquello que lo originó.
Sin embargo, la analogía entre música y literatura no me parece válida.
¿Por qué?
Porque la música y la literatura pueden prescindir una de la otra (más allá de cualquier interrelación que pueda darse entre ellas). La música no es literatura abstracta, la música no es literatura “liberada” de lo que intenta representar o transmitir. En primer lugar, la materia prima es otra: sonidos (o ruidos) versus palabras. En segundo lugar: dentro de la música misma se dieron experiencias en las que se buscaba la imitación de la naturaleza, la creación de imágenes o impresiones a través de los sonidos. Por ejemplo, en los preludios “La cathedral engloutie” o “Les pas sur la neige” de Debussy, el título no es una mera sugerencia, sino que toda la pieza busca crear la impresión de una catedral que emerge desde las profundidades del agua, en el primer caso, o de alguien que camina pesadamente sobre la nieve. Tal vez en el caso de la música programática pueda aplicarse la afirmación de Apollinaire: la música toma elementos extramusicales, como un texto o un poema y la composición se desarrolla de acuerdo a un plan que en una primera instancia, nada tenía de musical. Me parece que solamente en ese sentido funciona la analogía; analogía que implica que la literatura necesita recurrir a la música para lograr ese tipo de abstracción... en fin. Qué sé yo, supongo que en poesía debe haber unos cuantos ejemplos.

domingo, enero 09, 2005

Son las doce, casi, del mediodía y hay silencio.

Mi sudor como las cuentas de un collar roto.

Anoche recibí el mail de Susana, mi ocasional acompañante del día miércoles. Mientras esperábamos para entrar a la exposición conversamos con ella de la vida, de los hijos, de la suya que es actriz y a los doce dio mal el examen de ingreso al Nacional Buenos Aires porque nada más quería actuar: se oponía a la autoridad materna, de Ferrari, de Picasso, de las Meninas de Velásquez, del calor. Ella siempre haciendo gala de una forma de hablar impecable y casi cristalina: es de esas personas que da gusto oir. Yo: una palabra “normal” cada tres palabrotas. Es increíble cómo se logra la comunicación a pesar del lenguaje y gracias a él, porque lo que interesaba para mi interlocutora, supongo, no era tanto mi manera brutal de expresarme si no lo que decía –de otra forma no se explica que hayamos podido compartir esas dos horas y media que duró el paseo–. En un momento de silencio (nunca incómodo) me di cuenta de que no le había preguntado el nombre, como no se lo pregunté a ese señor mayor que cuidaba la puerta en una exposición de pintores alemanes judíos rescatados del nazismo (los cuadros, no los pintores), con quien me puse a charlar de no me acuerdo qué con la naturalidad de quien encuentra a un amigo al que no ve hace años. Pero sin la sorpresa. Hablamos por un espacio de veinte minutos o media hora. O tal vez menos.

Cuántas personas pasan o nos pasan con las que compartimos un instante para jamás volver a saber nada de ellas; que quedan encerradas en el espacio breve y compartido del encuentro y que seguramente ya no nos recuerdan. Ya no existo para aquél hombre.
Para Susana sí, si me escribió, es porque el paseo del otro día todavía no llegó lo suficientemente lejos en el tiempo. Un saludo y un breve artículo de un amigo de ella: un cura jesuita que vive en córdoba expresándose acerca del dolor que le provocó la reacción estúpida (estúpida es palabra que yo agrego) de la iglesia católica.

...

Hace unos días, unas dos semanas creo, encontré (o me encontró) una situación que pordría ser “cuentística” . El problema, el de siempre, es el cómo. No es una situación de las que más me divierten para escribir, pero es contable, y dadas las circunstancias, sería bueno hincarle el diente. Cuando hay hambre no hay pan duro dice la gente.

sábado, enero 08, 2005

Inútil el diluvio universal. Inútil el arca. Hoy lo que me diluvia es el cuerpo. E duerme, L juega, silencioso, con la esperanza de que en algún momento abandone la estupidez de estar aferrada a una ilusión: la de recomenzar a andar el camino de la escritura. Sucedieron tantas cosas últimamente. Casi como si nada hubiera ocurrido. Hay una esfera de la que soy centro y hay un vértice que se me escapa.

Lo que consuela de la quietud es su precariedad, la potencialidad, la inminencia permanente del movimiento. Como en “no leer”: el espacio vacío que puede ser llenado no obstante la ansiedad que este vacío genera.


Por primera vez en la vida surgió como una aparición la posibilidad del suicidio. De semblanza completamente absurda, el pensamiento se manifestó sin embargo en toda su terrorífica dimensión. Por supuesto que observarlo desde la calma post-tormenta parece, por momentos, una broma o un juego. ¿Cuál es el costo de oportunidad de morir? Hasta hace poco tiempo el ejercicio de pensar en cosas terribles desembocaba en la inevitable (y pacificadora) conclusión de que, aun así, la vida vale la pena ser vivida. Ahora, cuando por algún motivo (estúpido o no), aparece una razón por la cual esa misma vida podría llegar a perder su sentido, el espacio para la existencia se reduce tan abruptamente que vivir –inclusive cuando esa razón no se haya materializado- se hace insoportable. Ah, ese milagro. Ese milagro que yo pude construir.

Abandonar toda escritura emergió también dentro de la espiral de pequeñas catástrofes. Para qué. De qué sirve una vocación tardía si la cotidianeidad está tan plagada de “hay que haceres” que no queda lugar para profesarla. Leer lo que escriben otros, ver ese torrente en que confluyen las palabras de los demás, el talento del que muchos hacen gala resulta inspirador. Al fin y al cabo ¿cuánto puede hacerse a partir de la frustración y cuánto a partir de la inspiración? Si otros pueden, ¿por qué no yo? No escribir, no poder escribir ahora, en este momento, es también potencialidad. Algó habrá en algún rincón después de tanto tumulto.

Vamos a hacer otro intento. Y van...

martes, enero 04, 2005

Fuego soy apartado y espada puesta lejos.

(Del parlamento de Marcela, en el Quijote)

...............

No escribir, también un placer olvidado, que se vive como un cercenamiento. El problema es cómo vos lo vivís, dice el tipo.
Ajá.
Y la verdad es que uno vive como puede. No hay nada brillante en la frase anterior. No tiene por qué haberlo.

Y de repente: el jardín botánico, helo ahí, la sorpresa. No porque no existiera o yo no supiera de su existencia, sino porque hoy entré por primera vez de manera que para mí fue una suerte de revelación, después del colectivo caluroso, después de dos o tres cuadras y preguntar dónde queda tal calle, antes de la cita. Tuve que hacer tiempo –-hacer tiempo, como si tuviéramos la capacidad de generarlo, cuando en realidad tiempo es lo que somos--, la reja estaba corrida y ¿por qué no? entré. Vi los gatos delizando su fatiga entre las hojas, las estatuas blancas, todos fuera del tiempo, encerrados en el calor de selva misionera de la tarde. Caminé sobre el sendero de minutos que me separaba de la hora señalada.

No leer es bueno para el apetito. Todo libro es posible entonces y la biblioteca aparece como infinita dentro de su finitud. La causa, sin embargo, es otra. Pero qué importa. Leer es un placer no olvidado y siempre, siempre, siempre habrá un libro, un refugio.