domingo, enero 09, 2005

Son las doce, casi, del mediodía y hay silencio.

Mi sudor como las cuentas de un collar roto.

Anoche recibí el mail de Susana, mi ocasional acompañante del día miércoles. Mientras esperábamos para entrar a la exposición conversamos con ella de la vida, de los hijos, de la suya que es actriz y a los doce dio mal el examen de ingreso al Nacional Buenos Aires porque nada más quería actuar: se oponía a la autoridad materna, de Ferrari, de Picasso, de las Meninas de Velásquez, del calor. Ella siempre haciendo gala de una forma de hablar impecable y casi cristalina: es de esas personas que da gusto oir. Yo: una palabra “normal” cada tres palabrotas. Es increíble cómo se logra la comunicación a pesar del lenguaje y gracias a él, porque lo que interesaba para mi interlocutora, supongo, no era tanto mi manera brutal de expresarme si no lo que decía –de otra forma no se explica que hayamos podido compartir esas dos horas y media que duró el paseo–. En un momento de silencio (nunca incómodo) me di cuenta de que no le había preguntado el nombre, como no se lo pregunté a ese señor mayor que cuidaba la puerta en una exposición de pintores alemanes judíos rescatados del nazismo (los cuadros, no los pintores), con quien me puse a charlar de no me acuerdo qué con la naturalidad de quien encuentra a un amigo al que no ve hace años. Pero sin la sorpresa. Hablamos por un espacio de veinte minutos o media hora. O tal vez menos.

Cuántas personas pasan o nos pasan con las que compartimos un instante para jamás volver a saber nada de ellas; que quedan encerradas en el espacio breve y compartido del encuentro y que seguramente ya no nos recuerdan. Ya no existo para aquél hombre.
Para Susana sí, si me escribió, es porque el paseo del otro día todavía no llegó lo suficientemente lejos en el tiempo. Un saludo y un breve artículo de un amigo de ella: un cura jesuita que vive en córdoba expresándose acerca del dolor que le provocó la reacción estúpida (estúpida es palabra que yo agrego) de la iglesia católica.

...

Hace unos días, unas dos semanas creo, encontré (o me encontró) una situación que pordría ser “cuentística” . El problema, el de siempre, es el cómo. No es una situación de las que más me divierten para escribir, pero es contable, y dadas las circunstancias, sería bueno hincarle el diente. Cuando hay hambre no hay pan duro dice la gente.

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