martes, enero 04, 2005

Fuego soy apartado y espada puesta lejos.

(Del parlamento de Marcela, en el Quijote)

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No escribir, también un placer olvidado, que se vive como un cercenamiento. El problema es cómo vos lo vivís, dice el tipo.
Ajá.
Y la verdad es que uno vive como puede. No hay nada brillante en la frase anterior. No tiene por qué haberlo.

Y de repente: el jardín botánico, helo ahí, la sorpresa. No porque no existiera o yo no supiera de su existencia, sino porque hoy entré por primera vez de manera que para mí fue una suerte de revelación, después del colectivo caluroso, después de dos o tres cuadras y preguntar dónde queda tal calle, antes de la cita. Tuve que hacer tiempo –-hacer tiempo, como si tuviéramos la capacidad de generarlo, cuando en realidad tiempo es lo que somos--, la reja estaba corrida y ¿por qué no? entré. Vi los gatos delizando su fatiga entre las hojas, las estatuas blancas, todos fuera del tiempo, encerrados en el calor de selva misionera de la tarde. Caminé sobre el sendero de minutos que me separaba de la hora señalada.

No leer es bueno para el apetito. Todo libro es posible entonces y la biblioteca aparece como infinita dentro de su finitud. La causa, sin embargo, es otra. Pero qué importa. Leer es un placer no olvidado y siempre, siempre, siempre habrá un libro, un refugio.

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