jueves, septiembre 30, 2004

Entonces decido pasar a un papel el carácter fragmentario de mi cotidianeidad, lo que se traduce en un montón de copiatinas tomadas de mis libros. Detesto, de repente, la omisión del subrayado en tantos de ellos: es casi como no haberlos leído.

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Entra el tipo, saluda holaquetalquetetraeporacá: un imberbe de ojos azules que bien podría ser mi hermano menor: la duda acecha. Cundeacomete. ¿Eso dónde lo leí? Dónde, dónde, dónde. Cundeacomete galopante sueño. Ah, ya sé, en algún sitio no subrayado y venerablemente inolvidable, envidi, amable, ador. Able. Aora o calle para siempre.

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Vuelvo sobre Conti y no consigo de (ninguna) manera el mínimo de concentración requerido para hacer posible la materialización de la historia con los ladrillos (duros) de mi imaginación. La lectura se convierte en una especie de caminata de langosta que no lleva ni trae a ninguna parte Y entró una langosta, y salió con otro grano. Y entró otra langosta, y salió con otro grano Y así ad infinitum hasta completar el granero.

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Acerca de los talleres literarios: veo/leo un ensayo sobre el tema de referencia. Ajá. Sí, claro. Muy interesante. Hmm. La insoportable soledad del.. ¿o era de él?. La inaceptable deflación del globo, ese globo al que hemos dado en llamar yo (no yo, se entiende, pero yo, o el yo de los demás).

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