martes, agosto 08, 2017

42.

no sé cómo [o sí, esta mañana, children's corner, gradus ad parnassum, horzowski a los 90 años, ahora yo a los 44] leo el foreword del tratado de de contrapunto de fux, encuentro cuando habla de Johannes Tinctoris the composer's judgment must be based not only on what he hears at a given moment but what he must keep in mind in the continuity of hearing, sigo, the term counterpoint is applied in his text to the process of relating one "point" of a composition to another thematically. the word "contrapuntizare" (ahora habla de un tal Zarlino) which Zarlino inctroduced for this manner of envisioning "the whole composition at once" corresponds to the word pointing etc...

"...and then the conductor makes an upbeat. the upbeat, the moment when he raises his hand, actually contains the formula of the entire work..."

[como el instante previo a comenzar a bailar un tango, pienso, el gesto del abrazo, la manera de enfrentar y de tomar a la otra persona, ese momento es una síntesis de lo que vendrá luego, por eso tardo en salir cuando me toca llevar, además de que no sé. por eso me gusta, si soy conducida, que toda esa ceremonia no se apure a pesar de que yo todavía no haya aprendido del todo a no apurarme] 

sigo leyendo y llego a johannes de muris, y antes, el ars nova, y un poco más acá en el tiempo o más allá una j de 17 años revisando sus ejercicios de contrapunto corregidos en rojo porque: por favor señor ¡no borre! corrija con color, una y otra vez sobre las hojas pentagramadas, no borre, por favor no me anule, déjeme ver en qué me equivoqué porque el error es mío y necesario, por favor, no borre, decía, ahora llego a las declaraciones acerca de la perfección del número tres:

...that all perfection lies int the ternary number follows from many likely reflections. in God, who is most perfect, there is one substance, yet three persons; he is threefold yet one, one yet threefold. very great, therefore, is the correspondence of unity to trinity...

tres es perfecto. dos es infame por apartarse del principio de unidad. 

entonces, recuerdo que hace muchos años [esa otra yo de treinta años] escribí esto, que, casualmente es el número III de una serie de VII. 

...

3

Lorenzo:
Lorenzo es un amante empedernido, no sólo en el sentido voluptuoso que la palabra evoca: ama a las mujeres como quien ama la música o la literatura y colecciona discos y libros con devoción religiosa. Aunque en su caso se trata de un culto politeísta: Lorenzo adora a todas y cada una ellas.
Cada vez que a Lorenzo le presentan una mujer le resulta imposible no imaginar cómo sería verse envuelto en una historia con ella. No importan la condición ni la edad de la fémina en cuestión: todas encierran algún motivo de admiración que con seguridad valdrá la pena ser descubierto. Así, por ejemplo, si ella es diez, quince o veinte años mayor que él, Lorenzo trata minuciosamente de construir la imagen de esa mujer en su juventud, imagina cómo brillarían sus ojos si tuviera la oportunidad de abrazarla, o cómo luciría su rostro si pudiera liberarlo de las marcas impiadosas que el tiempo ha dejado nacer alrededor de su sonrisa. Si en cambio es demasiado joven, fantasea con esperarla hasta que alcance la edad suficiente para poder hacerla suya. Y por supuesto existen también los casos en los que, independientemente de qué tan lejana sea la edad de la mujer, Lorenzo no querría modificar nada en absoluto.
Si se trata de una mujer que la mayoría de los hombres consideran poco apetecible, enseguida él especula con los placeres que su boca podría ofrecerle. Y así con todas. Siempre hay algo: el instinto maternal en una, la feminidad en la otra, la candidez en la de más allá, la inteligencia en la de más acá. Lorenzo, por ejemplo, no teme la inteligencia en las mujeres. Al contrario, posee la capacidad de disfrutar la conversación más elevada aún sabiendo que no obtendrá ningún placer físico de la mujer que la prodiga. Tampoco le molesta la tontería. Hasta le parece que, en algunas, es un rasgo particularmente encantador.
No hay oportunidad que se le antoje digna de ser dejada de lado. Incluso ve los casos inaceptables para muchos, como la contraparte necesaria para resaltar aún con más fuerza la belleza de las demás. Lorenzo encuentra un no sé qué de voluptuosidad en el hecho de que haya un universo por descubrir oculto entre las piernas de cualquier mujer, aún cuando la llave para ingresar en él le sea negada.
Lorenzo tiene por costumbre mantener relaciones con varias mujeres al mismo tiempo y no se preocupa demasiado por que una se entere de la existencia de sus enredos con las otras. Siendo la naturaleza tan exquisitamente generosa no encuentra razón alguna para la práctica de la monogamia, a la que considera, por otra parte, irrazonable en extremo. Además, si alguna vez rompiera con cualquiera de sus mujeres ¿por qué habría de preocuparse?: Lorenzo tiene la certeza de que otra más aparecería a su debido tiempo. Es que para él, entristecerse por la pérdida de una de ellas le resulta tan absurdo como entristecerse por la desaparición de las flores en invierno. Es sabido que, después de todo, la primavera retorna siempre invariable con brotes nuevos.
De tanto en tanto y como todo coleccionista, Lorenzo disfruta de hacer revisiones mentales de aquello que más aprecia en cada una de sus amantes.


Manuela:
Por ejemplo, Lorenzo acaba de decidir que lo que más le gusta de acostarse con Manuela es el olor a tierra húmeda que emana de su cuerpo desnudo en la postrimería del sexo. No la lengua tímida y a la vez ávida y ansiosa. No el sinuoso devenir de su cintura hacia el valle de sus caderas. No el marfil de sus dientes blanquísimos que juguetean una y otra vez con los lóbulos de sus orejas, con el vértice de su propio sexo. Simplemente el aroma que queda cuando todo llega al fin, como deseando prolongar el instante de felicidad suprema por algo más que esos pocos segundos que la naturaleza le asigna inconmovible. Lorenzo tiene plena conciencia de que la eternidad no está a su alcance, pero sí lo está la ilusión de su existencia. Y el perfume del cuerpo tibio de Manuela le brinda esa ilusión de eternidad con la que tantas veces se ha permitido soñar inútilmente.
Anoche fue una de esas noches.

Ernestina:
La de hoy es diferente y las estelas perfumadas de Manuela no son más que un recuerdo vago que no consigue emerger de las profundidades de su memoria. Porque no es ella quien lo acompaña, sino Ernestina. Ernestina quien desmiente con su actitud animal toda la fragilidad que uno imagina encontrar en ella al escuchar su nombre, tan parecido a la música. Lorenzo recuerda de la tarde en que la conoció, ni las circunstancias ni el lugar, sino la impresión de campanas que le causó su voz al responder a su inquisitivo:
–¿Cómo te llamás?
–Er-nes-ti-na.
Y la palabra se había puesto a flotar indefinidamente en el aire como un tañido transparente y lejano. En aquél momento Lorenzo pensó que nada podría ser más dulce y extraordinario que escuchar ese sonido en los momentos del amor. Y más tarde se habría sorprendido ante la súbita transformación de Ernestina en un torrente avasallante y silencioso que amenazaba con hacerlo desaparecer.
Con el tiempo, ha llegado a darse cuenta de que lo que más le gusta de acostarse con Ernestina, es esa imposibilidad de reconocerse que lo asalta apenas comienzan las caudalosas precipitaciones de besos y caricias que ella ofrece tan generosamente. No el sabor apenas dulce que esconde entre la delgadez de sus piernas efímeras. No el que lo deje explorar cada una de las cavidades de su naturaleza cuantas veces quiera, como quiera. No el sonido de campanas de su voz recordándole una y otra vez que es suya. La experiencia de dejar de ser quien es sin tener que abandonar su existencia. La posibilidad de transformarse en otro y ser el mismo.
Y así pasan las noches de Lorenzo junto a la compañía tibia de Manuela o a la brutalidad animal de Ernestina. No podría ser más feliz. No podría haber encontrado una combinación mejor de amantes. Lorenzo ha descubierto en ellas dos la síntesis de todas las mujeres que ha conocido y que deseaba conocer. Y así es como de apoco los encuentros con otras mujeres van haciéndose cada vez más raros. Así es como en algún momento desaparecerán totalmente.

Lorenzo, Manuela y Ernestina: 
El tren de Lorenzo ha llegado a una estación que siempre había considerado inexistente. Lorenzo se ha enamorado perdidamente. A decir verdad, él siempre creyó que se hallaba en una condición de enamoramiento crónico con respecto a la totalidad absoluta del universo de mujeres y que eso era lo que le impedía la consecución de lo que los demás vulgarmente llaman fidelidad.
Pero esta vez las cosas son diferentes. Diferentes porque está realmente enamorado de ambas. Sí, lo que conocemos como amor a Lorenzo le ha llegado de manera totalmente inesperada. Manuela y Ernestina han cobrado una significación que jamás hubiera creído posible. De repente la idea de que una de las dos pueda llegar a conocer la realidad que él comparte con la otra ha comenzado a preocuparlo con una insistencia inusitada.
Más adelante, la preocupación se transformará en tormento. De tal forma lo angustia la posibilidad de perderlas que ya ni siquiera es capaz de disfrutar del perfume a tierra mojada que queda danzando en la habitación después del sexo con Manuela. Tampoco los desaforados encuentros con Ernestina logran apaciguar la idea que lo atormenta. Ni siquiera se da cuenta de que podría suceder que ellas lo dejen por otro. No: la única posibilidad que lo persigue hasta en sueños es la de que se encuentren. De que se enteren. Por primera vez en su vida se ve en la necesidad de tomar precauciones. Paradójicamente, serán esas mismas precauciones las que lo perderán: no hay nada más evidente que una mentira a la que intentamos vestir con un disfraz que intenta parecerse a una verdad inmaterial. 
Lorenzo comienza a especular acerca de lo que podría acaecer en caso de ser descubierta la naturaleza dual de sus amores. Se sorprende una y otra vez construyendo mentalmente la reacción de ambas mujeres en el instante funesto de la revelación. Ya no dedica un solo instante al gratificante ejercicio de recordar, atesorar y fantasear con lo que más disfruta con Manuela o con Ernestina. Ahora su situación es del todo diferente. Podría ocurrir esto. Podría suceder aquello. Es inevitable. Van a saberlo. Así como en otros tiempos lo supieron las demás. Así como lo supo Alejandra. Sólo que esta vez. Esta vez qué.

Manuela y Ernestina:
Podría ocurrir que Manuela y Ernestina se encuentren, a pedido de Manuela, en algún café del barrio donde se veía con Lorenzo antes de ir al hotel donde solían amarse. Podría ser que ella se sintiera profundamente conmovida al enterarse de la existencia de Ernestina y que se viera compelida a citarla para darle la más innecesaria de las explicaciones. Podría acontecer que Ernestina acceda a la petición de Manuela a pesar de que el orgullo debe estar molestándola como lo hace una bala clavada en las entrañas de un animal herido.
Podría producirse entre ellas un diálogo tenso e infructuoso, similar al que sigue.
–Hola, soy Manuela, creo que no es necesario que nos presentemos– diría Manuela en un susurro, tímida y apologética.
Y Ernestina, seguramente, respondería con su voz de campanas anunciando la llegada de un odiado pero jamás temido enemigo: 
–Por supuesto que no hace falta.
–Mirá, yo quería decirte...
–En realidad, vos y yo no tenemos nada de qué hablar.
–... no sabía que ustedes dos tuvieran algo.
–Si es por eso no te preocupes, yo tampoco sabía nada ni me interesa enterarme de nada. Es más, entre él y yo ya no hay ninguna historia.
–Tampoco sabía que hubieran terminado...
–Quedate tranquila, no necesito tus explicaciones.
Aquí Ernestina podría levantarse de una silla en la que jamás habría elegido sentarse de no haber sido porque las circunstancias la habían obligado. Ernestina pegaría media vuelta llevándose con ella a otra parte su orgullo y el sonido de campanas de su voz ofendida ante los torpes intentos de Manuela.
Manuela, a su vez, pagaría el café que seguramente está intacto. Sus ojos llorarían tibias lágrimas y daría por terminado el encuentro con Ernestina y el recuerdo de Lorenzo.

Lorenzo:
Los acontecimientos se dieron, finalmente, tal como Lorenzo los había imaginado: él mismo no soportó más la situación y confesó primero a una, después a la otra, la naturaleza de sus amores.  Ahora la ruptura lo está llevando al límite mismo de su capacidad de sufrimiento. Más aún tratándose de una doble pérdida porque está profundamente enamorado de ambas. El amor no le ha llegado como a otros encarnado en el cuerpo y alma de una sola mujer sino de dos. ¿Cómo es posible que aquello que le ha brindado tantos motivos de felicidad durante su vida sea ahora la principal causa de su desgracia? Lorenzo no sabe qué hacer. Se ha quedado danzando con las sombras de lo que alguna vez fue su vida entera. Pero ahora es ahora, y su concepción naturalista del universo le habla de continuidades, de instintos, de la imposibilidad de entregarse al abrazo mortal de la melancolía.
Lorenzo podría guardar en los arcones del olvido todo lo que esté relacionado con el reino femenino. Podría librarse definitivamente de las mujeres y entregarse a la contemplación del mundo, que no menos secretos guarda. O bien podría continuar llevando una vida disipada, experimentando aquí y allá con los encantos de una y otra, siendo fiel a su esencia y a sus costumbres.  O podría encontrar otra mujer de la cual enamorarse profundamente, quien lo corresponda y con quien pueda iniciar una vida de improbables relaciones monogámicas.
Lo cierto es que Lorenzo continuará sirviéndose los frutos que el destino ponga en su camino. El deseo de poseer a todas y cada una de las mujeres con quienes se cruce a lo largo de su vida no se apagará en él sino en el momento definitivo de la muerte, que sucederá muchísimos años después de los hechos de Manuela y Ernestina. Lo cierto es también que Lorenzo nunca volverá a ser tan fiel ni tan feliz como lo fue con ellas. 


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