el olmo no da peras (ni manzanas, ni uvas, etc)
Necesita tiempo para sí. Para sí, para no. Tiempo para mí: tiempo para mí ya tengo, desde el dos de octubre de 1972 comenzó a correr para mí.
Entonces, la mujer, hecha una furia o muchas, entra en el local e increpa al dependiente: “Necesito tiempo para mí”. El tipo le responde con silencio de canario atragantado. ¿Eh?
Tiempo para mí, ¿me oye?
Tiempo para usted. Sí sí, la oí, sordo no soy. Lamento informarle, señora --ahora el semblante del dependiente cambia de canario a cuervo-- que me quedan sólo tiempos colectivos.
Como no se sabe a ciencia cierta qué son tiempos colectivos, es decir, si el tiempo en que uno viaja en el transporte público o el tiempo compartido por todos los seres que tienen alguna conciencia del tiempo (o intuición, según Kant... ¿era una intuición, condición necesaria para el conocimiento, etc?) la cuestión se termina acá. Resulta claro que lo que el dependiente tiene para ofrecer no es el tiempo para sí que ella pretende. Pum.
Antes, se había retrepado a uno de los bancos altos de la barra del London, frente a una taza de cortado mitáymitá, un scon en un platito, azúcar a gusto. Pelo húmedo y unas ojeras que ni te cuento, el párpado derecho con síndrome de poco sueño, rojo, carmesí, coloradón; sobre los hombros, como un mantón de Manila, un ofendimiento imperial, de mina herida en lo más profundo de su imbecilidad femenil. Pasa las páginas pa’ tras, pa’ delante de un libro de Juan Carlos Onetti bastante choto --quién soy yo, usted, para pronunciarme/se de tal modo-- libro el cual viene a ser el tercero de dos noches, habiendo degustado un rodaballo y otro alemán ¿? también, aburridísimo. Diverge un poco: la vida, en general, es una cosa digna de. De qué es algo que aún está por verse. Si se duerme la noche anterior el resultado es uno. Si no se duerme, mejor ni pensar. Nueve y media. Tarde. A veces una mujer, o sea ella, o cualquiera, se parece a una vid de la que todos quieren recoger las uvas. Recojer las uvas. Hasta que se acaban las dichosas uvas, o se caen al piso por maduras y ahí permanecen: desparramaditas, apelotonadas, pisoteadas con moscas que suben o bajan en vuelo rasante. Luego quedan los sarmientos nomás. Muerde: el scon está muy seco. El café demasiado fuerte. El nivel de tolerancia en el umbral.
O de otra forma:
Tiene calor, calor en la espalda y en las manos, calor húmedo. La lana del saco en el cuello, el cuello en la lana del saco que pica, que escuece. Qué tarde. Qué hacer. En el subte la puerta no se abre porque hay que abrila a mano, imbéciles, o no se dieron cuenta. A mano tantas cosas, como tocar el piano, cocinar, tejer, como meter una mano, o el dedo de una mano ahí. ¿Te da impresión? Había un personaje, un hombre que inventé una vez, que vivía haciéndose la paja en el baño de la oficina y con pañuelo. Así procedía porque estar con mujeres le daba impresión o vergüenza, de manera que el hombre iba, se agarraba la verguita con delicadeza y ¡ñácate!, el muy cochino.
Se vuelve peligrosamente pornográfica. Repulsiva.
A veces los hombres tienen eso: encuentran un pelo en el lugar equivocado --equivocado por qué, no se sabe, Dios se habrá equivocado, la naturaleza. Los hombres se creen Dios y las mujeres no deberían tener pelos-- y se empeñan en tomar un atajo. Ahora bien: en la boca, una puede meterse cualquier cosa. Y la de pelos que hay.
Dónde dejé ese libro de DH Lawrence que había empezado a leer.