martes, mayo 03, 2005

non stop

Claro, había necesitado que le habilitaran el camino, que le otorgaran ese permiso que le estaba faltando para hacer lo que no. Porque todos queremos avalanzarnos sobre lo que no --decir deber suena a imposición, entonces prescindo-- todos queremos meternos de narices. Ahí. Sin ambages.

Ah, tengo sueño y sueños tengo, y un cansancio de esos de los que mejor no deshacerse nunca porque hay vida en mi cansancio, está la vida ahí con sus secuelas, como mi cicatriz, como las mutaciones de mi cuerpo mío. Está también en ella, la vida. Ella: esa a quien le duelen los riñones, la de las manos todopoderosas; ella que en su jardín sembró el orégano, la albahaca, los tomates y hasta los ajíes; ella que se enamoró de lo imposible y del espanto.

Conversar. Pasarle el pancito a la salsa.
Preparar el desayuno para todos ¿te hago un té? Besar a los bebés hasta que digan basta mamá, salí de acá.

Un libro de Alexander Solshenitzyn o como quiera que se escriba leído a medias. Medias rayadas. La alegría infinita de la literatura.

Y a mí, así, o nada.

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