viernes, febrero 27, 2004

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Sin explicaciones aparentes, la manía por El Autor, ese autor, El Escritor reverenciado una y otra vez. Quizás por la forma en que me veo reflejada. Quizás por lo extraño de la prosa o por la necesidad de admiración insatisfecha. Por la lejanía. Por las palabras. Por lo inagotable. Por lo avasallante. Por lo sorprendente. De algo hay que alimentarse, aún cuando no toda la energía vaya a consumirse en lo inmediato. Reservar también para después porque después siempre llega (no es una postergación, es otra manera de dar al presente su significado).

Le digo: y mientras tanto vas viviendo.

Le digo: es más linda (o menos angustiosa) esa idea de la caja vacía que se va llenando, un día con un beso, otro día con un hijo, otro con un libro que se lee, otro con palabras que se escriben, otro con una negación injusta, otro con un pedazo de pan, otro con una carta de amor, otro con una amistad que se diluye, otro con un trabajo que se gana.

Suena mejor el existencialismo (que no niega la existencia del determinismo, de ninguna manera: yo hago y con lo que hago cambio, influyo, las acciones no son sin consecuencia)

Vivir tan intensamente como se pueda. Aunque al final uno no sepa. O aunque sólo uno lo sepa al final, cuando se acaba el tiempo.

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