último día
de a poco, no va quedando nadie.
me entero de tu partida (que en realidad sabía inminente) cuando ya es un hecho.
te escucho decir que el viernes por la tarde tuviste que ir a buscar tus cosas y que te llevaste cinco cajas con papeles y afectos personales. sí. afectos. no hubo tiempo para despedidas ni llantos compartidos aunque por otra parte tal vez sea mejor así: detesto las despedidas. detesto esa sensación de pérdida irreparable, la zozobra previa al momento del adiós, el magro consuelo que nos repetimos como un mantra "va a ser mejor para todos", la certidumbre del espacio que se desocupa y que demanda un duelo a gritos.
y desde este lugar, en estos días que transcurren --porque no les queda otra-- con el tiempo detenido, todo parece absurdo. ¿cómo puede ser que si la vida se detuvo las personas igualmente decisiones y la vida, al mismo tiempo, siga? ¿con qué voy a encontrarme cuando vuelva a dónde?
nada se pierde. la idea del balance de masa es algo que aprendí de los ingenieros químicos. todo se transforma en algo nuevo o distinto que la mayoría de las veces nos es desconocido y por temor a que no nos satisfaga protestamos y muchas veces sentimos angustia.
hasta que vemos.
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