lunes, noviembre 25, 2019

entre la nada y la pena

no hay ansiedad en mi dispersión ni hay apuro ni un sentimiento negativo ante el hecho de no estar haciendo demasiado o mejor dicho: ante la evidencia contundente de no estar haciendo nada. muchas horas durmiendo, algunas sin dormir, sin concretar el final de un arreglo para un tango que en realidad ya está terminado porque habita completo en mi cabeza, sin la urgencia de sentarme a escribr, sin apuro por mover el cuerpo, sin el apremio de la realización de un deseo fugaz.

la vida es salir por la mañana a buscar naranjas, croissants y pan para el desayuno, volver a casa, exprimir el jugo, cortar frutas y servirlas en un plato, caltentar el agua de la pava eléctrica. después llamar a todos, compartir un rato. levantar. lavar la vajilla. barrer el piso.

a veces leo cosas que escribí hace años y me asombra esa fuerza arrolladora que guiaba el devenir del texto. algunos son como una tormenta desencadenada en medio de una tarde de verano. ahora no hay tal cosa. me pregunto si la depresión y la ansiedad eran las madres de mi escritura y hoy que no estoy deprimida ni ansiosa, de dónde podrían provenir las ganas (de dónde podría hacerlas renacer).

sé que no estoy deprimida porque mi quietud no me inquietó. porque me permití permanecer inmóvil por un rato sin que eso resonara en ecos de angustia o en la idea molesta de estar perdiendo un tiempo que es divino y que no vuelve.

¿qué importa?

no hacer nada es un privilegio.
una flor cortada del árbol de las horas.


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