miércoles, agosto 14, 2019

otro

el lugar es un centro cultural en la calle h. a 25 cuadras de casa. decido ir caminando porque necesito moverme y porque además nunca se sabe cuánto baile nos va a tocar en suerte cuando vamos a la milonga: caminar me prepara para el tango.

mi relación con el tango sigue siendo intermitente: por momentos intensa, por momentos nula o abandónica. otras veces detesto todo el circo que se arma alrededor del tango, el amor desmesurado que la gente le profesa como si se tratara de un ritual religioso, la cura contra la infelicidad, o la felicidad misma.

elegí ir al centro cultural de la calle h. porque hay anunciada una clase con un bailarín muy importante: de esos que se convirtieron en leyendas vivas del tango. no sé bien por qué sólo sé que es un bailarín conocido y que leí algo sobre él calculo que en el libro sobre tango y cine [ese libro que ya no tengo y que arrojé con bronca a un tacho de basura en la calle ya no me acuerdo cuándo]. cuando llego al lugar una de las chicas de la recepción me avisa que el bailarín llamó para avisar que tenía fiebre y que no va a dar la clase, que si quiero puedo quedarme igual a la práctica que ya está por comenzar, que no hay ningún problema.

me quedo.

bailo mucho. empiezo mal. termino bien. el cuerpo tarda un tiempo en recuperar el hábito del baile, el hábito de la disponibilidad... tarda más aún en volver a saber esperar. como dejé el tango durante más de un mes ahora hay que deshacer mi anquilosamiento relativo, volver a sentir las piernas, el abrazo, el abdomen, los tobillos, los dedos de los pies.

una de las chicas de la barra me trata de usted. hace que me sienta vieja. soy más grande que la mayoría de los presentes, que no son muchos porque el mundial de tango. aunque no soy la mayor de todos.

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