miércoles, febrero 06, 2019

cuatro

no hay situación más desesperante que la de tener que buscar a una persona perdida, en la noche, no saber por dónde comenzar, a quién preguntar, los teléfonos de las guardias en los hospitales, inútiles, los protocolos policiales, repetir una y otra vez la descripción, dónde, cuándo fue la última vez que vimos a la persona, sus enfermedades, los peligros. esperar por fin, y que el cielo encamine las cosas.

a mí me desquicia, por ejemplo, no encontrar explicaciones. no llegar a comprender. creo que la principal razón por la que decidí devenir escritora fue esa. no la necesidad de decir o de expresar ideas y sensaciones, ni siquiera la absurda pretensión de que los escritores detentamos alguna suerte de poder creador (cuánta vanidad, cuánto egomaníaco irresuelto pateando esas veredas).

quise escribir para comprender. y aún cuando no las pudiera encontrar, por lo menos para buscar explicaciones [las personas, la vida, la muerte, la vanidad, los celos, el amor] nunca para darlas. de ahí surgen como un caudal atropellado y minucioso, todas las obsesiones que me agobian. darle voz al homicida es volverse el homicida. darle voz a la mujer golpeada es recibir los mismos golpes que ella recibió. darle voz a la puta es ser más puta, es entregar el cuerpo. y así. pero no por el afán de vivir más de una vida o por miedo a la finitud de la existencia o por ganas de quebrar los límites de lo cotidiano. escribía (escribo) sólo porque necesito comprender. 

paradójicamente, en algún punto ese deseo, esa búsqueda de entendimiento se deforma y se pierde en un torrente de preguntas repetidas de manera compulsica, preguntas que no encuentran respuesta. sólo hay cúmulos de información, de percepciones desordenadas. una enorme confusión.

así, ahora.
yo.

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