el cigarrillo me quemó los dedos,
el ruego inútil se quebró en mi voz,
y en esa esquina de los sueños muertos
quedamos solos tu recuerdo y yo.
dolor de noches que se hicieron largas,
rigor de encono que negó el perdón.
después la fiebre de apurar sin pausa,
la copa amarga que sirvió tu adiós
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