martes, marzo 13, 2018

el conservatorio estaba vacío. el sonido irrumpiendo en el silencio de la tarde llamó la atención de la portera. se metió en el aula: tenés que anotarte para usar el piano.
claro. sí, me olvidé, no me dicuenta. (qué hago). tenés que anotarte en el registro de portería porque si  no nosotros no sabemos, la rectora me preguntó y yo no te tengo anotada.
(qué hago)
decidí rápido.
bajé las escaleras abajo con la más absoluta naturalidad, como si fuera algo obvio el hecho de estar ahí y tener que firmar para ocupar las salas, los pianos, para quebrar la quietud del mediodía. mientras bajaba elaboré mi breve estrategia: firmo, explico, digo la verdad. no soy de acá.

no pertenezco acá.

pero eso no es del todo verdad.

entonces:

la portera me dio una lapicera y me dijo: nombre, DNI, firma, horario de entrada y horario de salida.  firmé. 13.15 hs. nombre y apellido. mi número de documento. había que indicar la cátedra también: puente olivera. tendría que haber escrito da ponte,  y zerlina. hubiera resultado más divertido, menos comprometedor e igualmente certero.

volví a subir y me quedé casi una hora con el steinway de teclado irreverente y sonido principesco. el pedal hacía un poco de ruido. tuve que moderar mi impulso vital para que no se moviera tanto. tuve que acostumbrarme a la voz estentórea de un instrumento de ese porte. tan diferente del que está en mi casa.

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