jueves, febrero 01, 2018

desde hace 7 veranos vengo (venimos) a uruguay en caravana a sacarnos la arena del tedio, la palidez del rostro y cambiarla por la arena de verdad, la de la playa, la que nos quema los pies y se mete en los lugares del cuerpo más inoportunos (como el tedio).

vengo, venimos, mi familia, yo, las otras personas que rodean a mi familia y las familias de esas personas y sus amigos y familias y así en grandes grupos en los que prevalecen los niños de colores, de todas las edades, mujeres con niños en los brazos, en los hombros (vi a una mujer embarazada con su hijito en las alturas), mujeres con niños en las manos: a veces con las las uñas pintadas, impecables, también pintadas las uñas de los pies, el pelo rubio, si no es rubio natural apropiadamente modificado para dar con el physique du rol, generalmente lacio, suelto, shorts de jeans, remeras blancas, carteras de cuero de las caras, de esas que se compran en norteamérica (miami, NY) o en europa, otras veces las que llevan a los niños son las señoras (las "muchachas") que los cuidan ("la chica" "la empleada paraguaya"), prolijas, austeras, tan evidentemente extranjeras  pero  imprescindibles para el devenir diario de la vida familiar, para que la madre de los niños pueda mantener sus uñas pintadas de color, permanecer delgada, divina, deseable por lo menos a la vista; otras los niños se encuentran en las manos de unas señoras más adineradas que son sus abuelas (uno no tiene a su abuela en el celular, dice Lucas que no es un niño, sino que la abuela lo tiene a uno), o las abuelas de sus primos, y así. los hombres de cuarenta y pico con sus pantalones cancheros, a veces también llevan niños o niñas a cococho, y sus celulares a los que no dejan de consultar. los hombres, las mujeres, los niños: todos a los gritos antes de embarcar para cruzar el río,

yo no llevo niños en las manos ni tengo las uñas pintadas aunque sí una cartera relativamente cara (comprada en buenos aires) y una remera llena de agujeros (incidente que noto cuando me miro en el espejo del baño). sentada en mi asiento leyendo el diario noto también que mis piernas necesitan una sesión urgente con la hoja de afeitar. no sé desde cuándo me volví tan zaparrastrosa: como si hubiera dejado al amor propio junto con los libros y el piano en buenos aires, como si se me hubiera agotado la belleza en el momento de nuestro último encuentro y se hubiera roto bajo el poderío inapelable de tu fuerza o se hubiera diluido con mi llanto. (asumamos, sí, que alguna suerte de belleza, no importa bajo qué parámetros, podría serme atribuida). 

ah qué ganas de escribir tenía.

muero de sueño ahora. pero sigo siendo afortunada. puedo crear un universo paralelo de palabras.

ya saldré a correr. 
a sentir el poderío de otros soles
el del mar y el viento.


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