jueves, diciembre 28, 2017

cómo sería escribir lo mismo

sin mirar, como pierre menard el quijote, o cualquier otro texto.

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Permaneció inmóvil en su silla, mirando la mesa y los despojos de comida que habían sobrevivido a la cena, observando cómo la jarra semivacía había quedado justo al lado de la fuente de la ensalada, apenas rozándola con sus redondeados bordes; cómo los cubiertos habían sido esparcidos acá y allá sin premeditación alguna (al parecer a nadie se le ocurría ponerlos sobre el plato al terminar de comer); y cómo las servilletas dobladas con cuidado hacía menos de cuarenta minutos estaban ahora abiertas y despanzurradas con el desparpajo de una prostituta que espera al enésimo cliente de la noche. Vio también los restos mortales de una hoja de lechuga que por azar había caído directamente sobre el mantel, dejando un rastro oleoso de olivas y vinagre; y por fin se detuvo en el salero que, reclinado sobre uno de los platos, parecía un soldado herido y olvidado en plena batalla.

En ese momento vio todo y no vio nada y quiso retener lo absurdo de ese particular desparramo de objetos sobre una mesa cualquiera, en una noche cualquiera, y pensó que nunca ni los platos blancos, ni los cubiertos, ni la jarra de panza de embarazada, ni el salero, ni las servilletas a cuadros, ni la hoja de lechuga, ni ninguna de las cosas que allí descansaban volverían a estar dispuestas de esa manera. Se le ocurrió que las coordenadas nunca se repetirían con exactitud y que aunque tomara una fotografía y lo intentara jamás lograría ordenar nuevamente el desorden específico que se empeñaba en acaparar toda su atención. Un temblor involuntario (siempre son involuntarios los temblores) le recorrió la espalda. Dejó la cocina como estaba. Será mejor tratar de pensar en otra cosa. 

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