sábado, febrero 04, 2017

día 1. el placer infinito

subí al barco dormida. no sé bien qué cosas traje: seguro no dónde escribir y ya estoy enojada conmigo por eso.

cómo me cuesta acomodarme al lugar nuevo, el primer día de las vacaciones, de los viajes en general es el fastidio que uno arrastra de su vida cotidiana confrontado con las (supuestas) infinitas posibilidades del placer que nos esperan pero que al llegar aún parecen inasequibles porque todavía no logramos disponernos por completo.

el viaje en barco fue un suspiro y en el colectivo quise dormir pero un idiota y su celular me lo impidieron. así ese malhumor del cuerpo (mío) generado por la falta de descanso amenaza con llevarse mucho de mi tiempo.

por ejemplo no encontré la emoción que me provoca siempre la vista de la bahía de portezuelo, el mar, la primera punta --la de la ballena--hundiéndose en el horizonte y luego la ciudad que va acercándose.

entonces, mientras buscaba no sé qué en el cielo a través del cristal de la ventanilla, irrumpió en mí un deseo intenso al sur del útero, apreté las piernas, ya no vi más nada y dejé que esa descarga eléctrica de la que mi cuerpo es pródigo y capaz, esa fuerza arrolladora que hace un vórtice en la pelvis me acunara unos instantes recordándome que sí, j, las posibilidades del placer son infinitas: están todas en vos.

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