lunes, abril 17, 2006

cómo cuesta retornar después de tantos días de la perra acariciada, retenida entre los brazos para que no llore, para que no gruña, pobrecita, se le hizo gusano, y de veras que salieron por docenas los gusanos blancos y ella que es más buena que la leche --que todas las leches-- aguantándose con la cabeza gacha, las orejas hacia el suelo, bueno, bueno, que falta poquito. y entre las dos la abrazábamos y al rato, en un sususrro, le dije a ella, a mi hermana, que mamá también gemía cuando el dolor daba batalla y no sé por qué la perra tibia pudo más que todos los prejuicios y los ascos escondidos. todos los días le curé la herida abierta y todos los días el sometimiento breve de animal agradecido fue mi premio. después vino la broma, que de dónde tanta caricia, tanto encariñarse por un perro. y otro: que por fin un gesto de humanidad desde mi parte.

el frío, también, la bicicleta, buscar el pan caliente en la mañana helada con el viento volador por la nariz como hace más o menos diecisiete, dieciocho años, pero ahora con cachorros míos que me esperan y preguntan siempre dónde estás, dónde te vas --igual que yo pregunto dónde estás, dónde te fuiste--.

los libros por las noches, dormir un poco al sol, comer como si fuera la primera vez, chocolatín partido y al ver pasar las horas, que no importe.

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