sábado, diciembre 17, 2005

y en el sueño alguien le cuenta que sí, que en verdad tuvo miedo, el miedo de encontrarse a solas en una isla que no es una isla donde el agua viene y todo se lo lleva, como las manitos justo apenas sobre la superficie azul y los gritos ahogados detras de un vidrio cargado de vapor espeso, que no se oyen, no se oyen, no se oyen.

en cambio, las voces de las pesadillas parecen más o menos silenciosas, más o menos ásperas (y cuántas piedras caben en veinte minutos, cuántas) aunque al final se emerge en un abrazo húmedo con la sal del llanto niño.

dos, tres, sobre la arena el sol y el sol sobre la piel adormecida, tenue, nada que acontezca en el destiempo, tres, cuatro, manos, brazos tibios, risas.

unos días antes dijo el hombre que de tanta extrañeza que le sacudía el pecho tuvo que salir a gritarle al mar por la ausencia de la compañera. y que mucha vida no podrá dejar que le transcurra sin mujer. ella escuchó, le respondió muy bien. calló lo que pensaba y continuó perdiéndose los ojos en la espuma.

el cuerpo que perdura en caminar la orilla, el agua bella, el viento, no apurar el paso que se apura solo de la pura inercia, del constante movimiento de la vida con agites, aceptando la renuncia del descanso, deseándola, olvidando.

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