lunes, julio 25, 2005

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hoy traigo echada sobre los hombros la ruana que me regalaste, tu manto protector.

el sábado fue la lluvia y no por lluvia fría y fina como agujas de platino menos lluvia que otra veces. pero lluvia que desacompaña, que desanda un camino una y mil veces recorrido en lluvia, bajo lluvia, entre la lluvia. tan dolidamente recorrido y caminado que no puede nunca volverse recuerdo.

entonces, entrar a la casa enorme y a oscuras donde dos hombres buscan a tientas el milagro de la luz eterna, con solo una lamparita tenue bañándoles las caras como en aquel rembrandt cuyo nombre se me escapa --debe ser una imagen funesta, dice uno--. se ven desde la vereda, desde los ladrillos cubiertos con hojas mojadas, llovidas, desde la humedad de la tarde negra abierta en dos mitades negras.

(llevo conmigo un libro que me devuelve cosas tuyas).

entonces, decir hola. escucharte. regresan en la conversación los niños muertos, tus niños no nacidos, esa nena, aquel otro huevito, tan deseados. y se puebla el aire con tu duelo, con tu dolerte y dolerlos ahora después de tanto tiempo tantos años tantos otros niños que colmaron los rincones que llenaron vientres que acudieron a tus manos siempre repletas, a tus rosales cargados de pimpollos y de pinchos, a tu música, a tu piano de gastados marfiles, a tu vera calurosa.

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