jueves, abril 21, 2005

Se me termina el libro, se me termina. Y tengo sed de coca light, tengo. Lo que no tengo es ganas de bajar a comprar una.

EStoy por llegar al final de Tender is the night y me da esa lastimita que le da a uno cuando tuvo de compañeros a los personajes de una novela durante el tiempo que le llevó leerla. Sí, aun cuando haya decenas y docenas de personajes que entran y salen como en un vagón de subte: hay de los que se permanecen ahí todo el trayecto, hay los que tres o cuatro estaciones.

Increíble la escena en un café de Niza, creo, donde un tipo le dice a otro --el adorable, el maravilloso y encantador Dick Diver-- que su mujer ya no lo ama, y su mujer está ahí, elegíaca y distante, aristocrática, confirmando en silencio las palabras de su amante con un levísimo descenso del mentón. Como escenografía pasa el Tour de France por la calle frente al café y el marido se levanta de la mesa y se va a continuar con lo que estaba haciendo antes de recibir la noticia: cortándose el pelo y afeitándose en una barbería. Y todo sucede con una naturalidad que uno no puede más que pensar ¿y por qué no?. También se suceden numerosos altercados con la policía, fiestas en hoteles de lujo, coimas; se describe la decadencia de una clase; está el dinero que fluye (no quiero decir como agua del manantial por ser lugar común, aunque bastante gráfico), y al final resulta que todos eran una manga de infelices y que “el dinero no hace la felicidad”, pero ¡qué glamour le otorga al sufrimiento!

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