miércoles, abril 13, 2005

deber y no querer

Y es que yo no puedo leer frases como “se procedió a recolectar, consolidar y analizar información sobre las concesiones a fin de redactar un informe de Cumplimiento de Contratos de las empresas de transporte y distribución de electricidad” y quedarme tranquila y seguir leyendo atentamente --es el adverbio que se me exige, porque luego debo hacer RESUMEN de la COSA, horror, horror, hay allí la más absoluta carencia de belleza, de pasión, de, de, de todo, el informe es el paradigma de lo que no me importa-- entonces me distraigo sin remedio y luego me digo ¡basta! (dejate de pensar en porongas, sugeriría ese analista al que visité una vez), me arremango y me pongo a escribir a las apuradas como uno de esos polvos que se hacen a escondidas, a una velocidad que de tan pero tan alta parecería ser la antítesis de lo intenso pero no: existen también los polvos rápidos e intensos. Pero era de otra cosa de lo que quería hablar.

Adriana y yo hablábamos de hijos de embarazos de embocarla o no, mirá que son tres o cuatro días por mes y si justo viajaste, saliste, te dormiste, te ausentaste o te acabó en la boca: perdiste. Así que a no ponerse ansiosa, querida. Entonces me pregunta que si me quedaron cosas, estrías, celulitis, esas espantosas secuelas que atestiguan, irrefutables, el grado de utilización biológica del cuerpo femenino. Sí, le digo, el cuerpo no es lo que era. Por lo pronto tengo una ancha cicatriz ahí, torpemente camuflada entre mi bello púbico ¡cómo estoy!, de más de diez centímetros de ancho, una marca, una salida de emergencia bien cerrada ahora; de usar noventa pasé a ochenta y cinco y más o menos; estrías no; celulitis tampoco, pero qué caderas, darling!.

Esto es un asco. Mejor volver a la Unidad de Renegociación y Análisis de Contratos de Servicios Públicos.

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