viernes, marzo 18, 2005

Y bajo las escaleras abajo

Uno,

Tengo exactamente cuarenta y nueve minutos antes de las trece, hora en la que habitualemente salgo a la calle con el fin de conseguir un sándwich y/o/u similar para llevarme al estómago previo paso por la boca, sí, mi boca, la misma que viste y calza, la misma que chupa, mastica y tralalea, la misma que dice estupideces, que ahora, por suerte, está cerrada; decía, tengo ahora cuarenta y ocho minutos antes de las trece (que ya son cuarenta y siete) y estoy aprovechándolos, utilizándolos para escribir un rato acerca de “cualquier cosa” ya que:

a) la historia del diccionarista está perdiéndoseme en la cueva de mi insatisfacción general
b) no se me ocurre “otra cosa” y por eso escribo “cualquier cosa”

Dos,

Pasé en menos de cuarenta y ocho horas de las “Women in love” a “Fuegos” luego a “Automoribundia” y creo que ahí me quedo, más que nada por el título porque hasta el momento leí muy poco y si bien Ramón ha sido mi compañero en ese trance (por lo que le estaré eternamente agradecida) no sé si podrá conmigo en este trance. Automoribundia merece toda mi admiración, aunque más no sea porque el autor haya sido capaz de acuñar una palabra tan extremadamente bella. Ya tengo un subrayado:

“Esta desparejidad de lo que se siente con lo que se dice no tiene explicación”

dice Ramón y yo creo que sí la tiene y es que el lenguaje, por maravilloso y rijoso y lujoso que se pretenda, es limitado, restringido, insuficiente sin remedio además de que también lo son las habilidades del común de las personas --y de las personas no tan comunes-- para hacer uso del mismo en los momentos de alta tensión.

Tres,

Creo, sí, o estoy firmemente convencida de que lo único que podría en este momento mejorar las cosas (mejorarme) sería la completa y absoluta involucración en algún tipo de actividad que implicara un esfuerzo intelectual mayor (cualquier cosa cumpliría con el requisito) al que hago (hago es aquí una mera forma de decir) diariamente. Como una condición necesaria para el mejoramiento es, sin duda, la purga de las componentes emocionales que me rompen soberanamente las pelotas (y terminan por resquebrajar las pelotas de cuanto ser humano se me cruce en el camino) la actividad de referencia no puede de ninguna manera estar ligada a la tarea de la escritura de lo que venía escribiendo. He aquí el dilema --dilema implica, como diría I, wrong doing in whatever alternative you take--. Si escribo, me involucro. Si dejo de hacerlo, me siento mal.

Cuatro,

Busquemos otra salida: si hay puerta de atrás por qué no usarla. Por qué no escapar haciendo gala de toda cobardía. Vos preservate, aconsejaría M desde detrás de su escritorio, lejana, incontestable, difusa.

Cinco,

Hay otras cosas, también. La maternidad de la que parezco no hacerme cargo como corresponde. (Insertar leve temblor de pera, ganas de llorar). Si se está crispado no se puede seguir adelante: hay que garantizar el funcionamiento de la persona por lo menos a nivel operativo y de ahí en adelante (adelante, adelante, el estilo se me despatarra, nunca hubo ninguno) se ve. Cualquier otra función que se ejecute --o se intente ejecutar-- es poco menos que un lujo.

Seis,

Onstyle. Algunos lo eligen deliberadamente. Yo no puedo mantener ni media oración por lo que termino inventándome maneras de decir diferentes. Así, de última (o en última instancia, queda mejor) no era yo la que hablaba, sino la voz, el parlamento, el personaje, la OBRA.

Siete,

Pasa caminando una de esas ladies, alta, delgada, linda.

Ocho,

Sí, yo tengo de todo. De todo tengo, vean. En términos de lo que la mayoría de las mujeres de mi edad tienen, es verdad. Tengo laburo, hijos, marido, lomo y milanesa, una biblioteca, leo, escribo, hago que escribo, puedo decir soy tonta y que se note la ironía, puedo decir soy fea nadie me quiere y todavía habrá alguno que esté dispuesto a venir a convencerme de lo contrario. Y con eso qué.

Nueve,

Ya son menos los minutos.

Diez,

Eso, yo quería escribir algo bonito, sentirme poderosa, decir yo puedo, sí. Yo puedo. Algo, por ejemplo, acerca del pasaje blanco que une Rivadavia con Avenida de Mayo, acerca de ese túnel en el que me inmiscuyo por las mañanas para sentir que estoy fuera del contador, que estoy excenta.

Entonces, al llegar a la madera tras la que se oculta el portero, decir “hola” con mi mejor sonrisa y creerme tan inimputable como el pasadizo, caminar altiva, caminar para después sentir el cosquilleo del final, la angustia de la puerta que se acerca, porque yo ya no me muevo: es la puerta la que viene a devorarme y a escupirme fuera una vez más, a la calle.

La calle, el edificio, la escalera.

Y subo las escaleras arriba.

Ahora quedan solo quince minutos.

1 Comments:

Blogger ntx opina lo siguiente:

escribir de sentisrse fuerte y poderosa, eso sí que estaría lindo.

sobre cómo dejar la oficina (triste extensión de la cocina de la abuela, con la rutina pero sin los olores), los hijos, el marido y el lomo para ir a una isla desierta de agua cristalina, como se ve en las propagandas del centro....

no sé. mencantó tu
(iba a decir blog)

mencantó tu lugar.

8:02 p.m.  

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