miércoles, marzo 09, 2005

Her childish anguish seemed so utter and so timeless, as if it were a thing of all the ages.

DH Lawrence "The Rainbow"



A veces lloramos (lloro) de cansancio puro y simple. No hay nada excepcionalmente grave, nada terrible que no pueda ser resuelto. Lo que hay es la acumulación desordenada de experiencias, un alud de estímulos del exterior que por aquí y por allí, presionan, sí, sólo un poquito más, otro ratito, dale, dale que aguantás, si claro que hay cosas peores, claro, la indigencia, el otro que está enfermo, esa pesadilla que no es cierta (me cuenta que está embarazada, reacciono con violencia, una violencia casi criminal, vos no podés). Pero la relación de cada uno con el universo es única y secreta --para algunos es un diccionario--. El cuerpo, por su parte se silencia y grita, se silencia y grita.

Mamá leeme cuentos, mamá quiero poesías, mamá no quiero dormir solo, mamá me siento mal, mamá quiero que me acompañes, mamá no quiero que te vayas.

Una mujer sostiene un laúd en sus manos mientras otra, de pie tras la primera, le alcanza una carta. Una carta de amor.

Vimos esa y otras pinturas en el museo del Prado, hace un par de años, entre cientos de personas que también empujaban impacientes por espiar esas imágenes de Vermeer. Esa muchacha toca el virginal, a la otra la cortejan, la de más allá recibe cartas, esta las escribe. Todo sobre los dameros infinitos de los pisos, detenidas ellas para siempre en su secreto discurrir. La chica de las perlas, la del sombrero rojo, la joven que trabaja haciendo encajes de bolillos. Burguesas todas, bien vestidas. Y uno, del otro lado del lienzo, del otro lado del tiempo, no queriendo entrometerse en el lenguaje imperturbable de los cuadros.


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