lunes, noviembre 08, 2004

Prefiero no juzgar a un escritor sino por lo que escribe. Por lo menos en principio. Lo demás viene por añadidura. Será una perogrullada pero, en general, de los escritores me interesan sus escritos.

Leo una nota. ¿Ah, sí? Ajá. Digo, está bien: XX escribe, que es lo que se supone debe hacer todo escritor. Observa la realidad circundante (o no) y crea un nuevo universo (novela) a partir de lo que ésta (la realidad) le sugiere, recuerda, evoca, (o no). ¿Qué hay con eso? Nada. XX menciona además a algún que otro clásico admirado o favorito a quien considera (o no) su maestro/guía/fuente de inspiración. Nada nuevo, nada de malo. Creo. Ahora bien. Resulta que XX tuvo el tupé de enviar su obra a un concurso y, además, la mala suerte ¿? de ganarlo (el concurso). Chau. XX cagó la fruta. El hecho de haber “sacado” un primer premio --se lo sacó a los demás, a quienes lo merecían, por ende es mal habido aun cuando no hubo intención dañina de su parte-- parece ser condición suficiente (aunque no siempre necesaria) para que unos cuantos se dediquen a defenestrar a XX sin empacho alguno. Por supuesto que cabe la posibilidad de que XX sea el paradigma del bodoque en lo que a su arte literario se refiere, con lo cual denuestos y demás calumnias que se profieran en su contra estarían, de alguna forma, justificadas. Por otro lado, hay un problema de información asimétrica: se sabe quién es el ganador pero no se sabe contra quiénes compitió. Bah, algunos llegan a conocerse, pero el universo total de escritores permanece en el misterio, por lo menos para los vulgares mortales entre los que me incluyo. Ergo: ¿y si los otros eran realmente peores? (La gradación debería establecerse de acuerdo a algún criterio de clasificación /calificación medianamente aceptable. Claro, ¿aceptable por quiénes? En este punto voy a echar mano a una contratapa de un libro de Blaisten donde, refiriéndose al cuento que él querría escribir, dice: ¿Qué es un cuento perfecto? Un cuento que permanece. Sobrepasa el resentimiento y la lucidez; toca el corazón de la gente. Es decir, le puede gustar tanto a Barthès como a los muchachos de San Juan y Boedo. Interpólese al género de referencia).

En fin. Como no pienso leer ni a unos ni a otros, tampoco voy a seguir perdiendo el tiempo con estas reflexiones apologéticas.

Punto aparte.

Leo un cuento que me hace, literaturalmente, desternillarme de risa. Cosé de trevién. Y ahí sí que me digo, cuando alguien la tiene atada, la tiene atada y no hay con qué darle. Otra vez: ¿para qué seguir perdiendo el tiempo?

Punto aparte.

Las teorías de Philip Roth acerca del deseo sexual son, sin duda, mucho más divertidas que todas las pelotudeces que acabo de tipear. Pero sucede que no tengo tiempo. Ni ganas.

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