martes, noviembre 16, 2004

Después de tanto ver repetido el asuntito de la magdalena de Proust y la medialuna del vendedor de camisones a lo largo de la novela que, digámoslo literariamente, me ocupa --valga aclarar que como lectora y no como escritora en ciernes o en vías de desarrollo--, decía, luego de recordar la dichosa magdalenita embebida en té no puedo dejar de preguntarme qué hubiera sido de la literatura si en lugar de una magdalena el buen Marcel hubiese remojado, pongamos por caso, un pan convenientemente untado con manteca.

Como la cuestión no reviste la menor de las importancias, puedo pasar a otro tema.

Me gustaría poder rezar, cómo no, cómo no. Pero no se me da.

Me gustaría poder escindirme --que no es lo mismo que rescindirme, válgame el cielo, eso sí que no--. Las mujeres, en efecto (o en afecto), venimos preparadas para escindirnos una y otra vez. ¿Los hijos no son eso acaso? Guardamos celosamente entre las piernas, la escisión primal, la herida con que hemos sido concebidas, el tajo, el estrecho de los Dardanelos, el lugar por donde transita todo lo que importa en la vida: porque por ahí entra y de ahí sale la vida misma. Será por eso que hacerlo con forro da esa inquietante sensación de señores: aquí no pasó nada; los despojos se van, no quedan rastros, se pierde la semilla. Resulta, de alguna forma, contra natura: qué felación ni sodomía: el quid de la quisicosa se esconde tras ese molesto cosito(*).

Pero, volviendo a la hendedura, a la cintura de mi reloj biológico, ahí donde se cuelan los mojos del amor y los de la capacidad ociosa mi feminidad, ahí donde se erige el imperio de la pulsión biológica... qué huevada, o mejor dicho, qué conchada estar hablando della hoy, por qué, no sé. Sin embargo, tantos hay que le dedican odas a sus falos, convivimos con tanta pletórica veneración de la poronga, que por qué no. Y a aquél que no gustase, que se fuese a visitar la de su madre, le sugeriría. Con todo respeto.

Evidentemente, hoy tengo la cabeza puesta en la concha.

I had such a cold-blooded erection that I thought I’d never be able to come.

...

With that I backed her against the door and, without even bothering to lift her dress, I stabbed her again and again, shooting a heavy load all over her black silk front.
Henry Miller, Sexus


(*) Nota de la fundación Huésped: por supuesto que no están en discusión las virtudes del adminículo a la hora de prevenir eventos que pueden resultar por demás desagradables.



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