sábado, octubre 23, 2004

Isidro sabe que está perdido.

Esa es una frase. Una manera de comenzar. El punto de partida: hastío desde el que se arrojan las palabras como piedras –otra vez las piedras, mirá que sos de madera--.
Isidro sabe que está perdido. Desconoce. No se reconoce o al mirarse de costado en la ventana el perfil que se le ofrece se le huraña. Claro.

¿Era por acá?

Hagámoslo pensar en Manuela, en las cuestiones que habitualmente pueblan el pensar de los amantes: la piel, aquél lunar, un pelo ahí donde no se lo esperaba, la boca: corusca favila, el olor de su cuello, el de sus axilas, el agua brotándole entre: huelo intuyo el mojo tuyo de la tierra. En fin. Nada hay al parecer que me provoque o todo. Me cuesta escribir, cómo me cuesta, carajo.
Frases existen que se gravan en la piedra --otra vez la piedra y van--. Gritos llantos, llantos gritos, el cantar de los cantares, una voz que llama, otra que calla enojos. La cotidianeidad que se desploma. Un qué querés dicho a disgusto.

Construyeron a jirones una intimidad que se les escapaba, ella y él, de puro ansiosos, de quererse, de escuchar la súplica del cuerpo. Isidro sabe que está perdido. Le llegó tarde, tal vez, el darse cuenta. Piensa en la torpeza de la primera vez: los nervios de ella, empequeñecida y húmeda, sonriente. Ese dejar, no importa qué, la expectación a un lado, nada más tenerse. Detenerse. Detenerse y olisquearse como perros. A ella le daba un poco de vergüenza, la tonta.

De-tenerse.

Y luego no encontrar el rumbo.

Y me preocupa porque con las letras pasa. Me prometí terminar una historia aunque. El hilo se me haya perdido. Estoy considerando al medio agotado, no medio agotado sino medio como sustantivo y agotado del todo. Agostado, también. El medio tal vez, haya llegado al límite y ya no me interese como espacio para. Lo que no deja de sonar absurdo: ¿dónde carajo está yendo a parar, sin ir más lejos, este texto?

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