martes, junio 15, 2004

“Vos por las dudas andá con perfil bajo”. Es decir: no sea que se den cuenta de qué tan pirimpimplín sos y a mí me ensarten con un laburo que no me gusta.

Yo hago omiso caso y voy igual con mi perfil de siempre, que es más bien tirando a subsuelo y expreso cuestiones del tipo “a mí me interesa” “estuve pensando” “creo que la situación es la siguiente” “tengo ganas de trabajar en” “no, la guita en este momento no es una prioridad para mí”. En fin, toda una serie de mentiras más o menos creíbles, más o menos razonables que son las que uno manifiesta cuando quiere que los demás lo tomen por alguien más o menos creíble, más o menos razonable.

Y así con todo.

De esta manera se va dando el proceso de adaptación al que usted (irremediablemente) ha tenido que ajustarse. Resulta que usted es una persona que se puede desenvolver dentro de los parámetros convencionales ¿? con la blanda convicción de un rollo de acelga cocida. Resulta que usted ha ido transformándose en un ser medianamente domesticado e inofensivo para quienes lo rodean todo gracias a una educación esmerada, a una cantidad x de sesiones de psicoanalista a $1.4 por minuto chamuyado, o vaya a saber gracias a qué.

Y usted no puede dejar de preguntarse qué pasaría si, por ejemplo, le dijera a ese hombre que tiene enfrente lo que usted realmente piensa, si así como quien no quiere la cosa le comentara que en este momento lo único que le interesa es, pongamos por caso, la literatura, o, yendo un poco más allá (o viniendo más acá) lo que en verdad se le antoja es una buen revolcón y no una charla acerca del impacto del precio del WTI en la psiquis del rinoceronte neocelandés, por decir algo. O pongamos que la ingesta de alguna comida que no le ha caído bien lo está haciendo sufrir y que ya no aguanta la situación porque el estómago le reverbera y en cualquier momento le explotan esas ganas de deshacerse en vapores que no lo dejan en paz desde hace media hora. O por ejemplo, usted de ninguna manera podría manifestar que el cura que le está dando la bendición matrimonial se le aparece como un gigantesco sugus masticable al que tiene ganas de clavarle los incisivos apenas se descuide, o que le hundiría la lengua en la boca si tuviera oportunidad, o que, por qué no, le mordería el culo, ya que estamos. No. No. No. Imposible. O, por el contrario, cuántas veces se ha encontrado en ese tipo de (incómodas) situaciones en las que su amante se desgañita en una sucesión de esfuerzos (inútiles) por hacerle sentir eso que se llama felicidad cuando usted lo único que quiere es que acabe y ya, pasemos a otra cosa por favor que tengo sueño.


Y así vamos por la vida, mintiendo un poco o fingiendo otro poco, escarchados como orquídea en el congelador pero eso sí, sin jamás perder el glamour ni la buena educación. Al final, si uno dijera absolutamente todo en el momento en que se le ocurre... ¿para qué necesitaría de la literatura?

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