miércoles, febrero 25, 2004

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Una chica parada sobre un puente en una ciudad europea. Un puente sobre un río de aguas quejumbrosas. Nada que tenga mayor importancia de la que puede tener la araña que caza la mosca y sin embargo, sin embargo la chica y la araña pueden ser puestas en palabras, más o menos elocuentes, con algún o ningún sentido estético. Muero por escribir una historia pequeñísima e intensa. Pero no logro interesarme por nada. Ni siquiera por un divertimento pasajero. Y por alguna razón, esto me molesta (un poco, a veces un poco más).

A esta hora: solamente un punto gris en el borde del río plateado, un barco como una obsesión que se hunde en su imposibilidad y desaparece. A esta hora: el silencio estropeado de una oficina en la que algunos trabajan, otros intentan disimular qué tan aburridos están de sus vidas, y otros reflexionan acerca de la metafísica del cangrejo. A esta hora: un vaso de agua y pasemos a otro tema, a algún tema.

Y es que el afuera se me resbala, no me interesa. Las cosas se presentan desde su superficie y ahí se quedan, como si no tuvieran interior. Ahí se quedan: en la futilidad de sus atributos, carentes de toda esencia. Resulta que de golpe me da lo mismo el río que hace unos meses me inspiró una historia a que me digan que ese mismo río no es otra cosa que una mancha pintada en el vidrio de la ventana. Pero todo esto no lo digo con tristeza, ni con resignación. Más bien con la idea de que tal vez este no sea el momento, de que cuando suena la campana del recreo lo mejor, es salir al recreo porque también este tiempo encierra su importancia.

Yo no solo sueño con Máxima Zorreguieta. Anoche, por ejemplo, el turno fue para Corcho Rodríguez. Aproveché para decirle que el día en que me enteré de lo de su padre yo me había puesto muy triste; y que así como preocupada y acongojada estuve en aquella (lamentable) oportunidad, así de contenta me sentí apenas supe de su liberación. Ah..! Eso que llaman inconsciente.

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