jueves, febrero 12, 2004

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Como no tengo nada en que pensar, o mejor dicho, hay demasiadas cosas, me propongo ahora mismo el ejercicio de escribir sin saber bien a dónde ir. No es algo que haga habitualmente, por ende, bienvenida la experimentación. Hay tres o cuatro temas que me interesan. Bah, hay muchos. Pero el del lenguaje en el proceso de construcción de un personaje es un tema acerca del cual reflexioné algunas veces sin llegar a conclusión alguna. Por lo menos, queda la idea siguiente: la puta que es difícil.

Ejemplos en literatura sobran. Hace poco leí a la Gallardo con su bendito o maldito o poco recordado Eisejuaz y no llegué a entender qué es lo que quiso hacer: ella gesta al indio mataco y le da una forma de hablar tan particular que es esa misma forma de hablar la que lo constituye. El indio y su manera de expresarse son inseparables, y, lo que es mas importante, la historia no sería tal si no estuviera contada de esa manera. Perogrulladas si las hay las mías, pero esa es la cuestión.

Está Torito, está Macario, está.. quién más está por ahí?

Ah, Vs. Virgina Woolf: el lenguaje como ladrillo con el que se construye la subjetividad. Ese era el tema. Y ahora me acuerdo de que lo que me pareció interesante es que mientras Virginia Woolf crea una serie de personajes absolutamente diferentes entre sí, susceptibles de ser individualizados a través de sus características, ella utiliza EL MISMO LENGUAJE en todos los casos. Todos sus personajes hablan más o menos igual y sin embargo son distintos, cada uno tiene una realidad subjetiva particular, cada uno hace gala de una personalidad definida, ella narra en tercera y en primera y va mezclándolas según sea necesario.

En cambio, Sara Gallardo inventa un lenguaje a la medida del personaje, y un personaje a la medida del lenguaje.

Y, a riesgo de ponerme en ridículo, me pregunto todavía si me conviene, en este caso escribir en primera, intentar hacer uso del indirecto libre, o dedicarme al dolce fare niente. (Marque con una cruz el que corresponda)

"Todo pasó hace dos veranos, cuando construimos la casa en Tortuguitas. Yo estaba fascinada con el proyecto, vos viste cómo es eso, te enganchás con los arquitectos, la decoradora, los materiales, qué se yo. Además era algo lindísimo eso de pensar en una casa nueva para el fin de semana, para los chicos, los amigos. Por supuesto que ni a mí ni a Jorge se nos ocurrió que las cosas se iban a complicar como se complicaron después. Habíamos contratado a los del estudio Achával Zemborain, como nos recomendó la tía Malala que tiene una casa divina ahí en el mismo barrio. Yo estaba súper entusiasmada con hacer una swimming pool bien grande, que tuviera desniveles. Nada demasiado ostentoso, vos sabés que a mí no atraen en absoluto esos detalles escandalosos típicos de nuevo rico que pone columnas con capiteles dóricos por todas partes y uno no sabe a ciencia cierta si está en el Partenón o en una casa de fin de semana. Pero eso sí, me interesaba que la swimming pool fuera grande, bien grande, de corte ultramoderno. Porque Jorge y yo preferimos las cosas de diseño: me hice traer la chaise longue de Le Corbusier de afuera y en New York nos compramos unas Tyfannis originales que no sabés lo que son."

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