lunes, diciembre 01, 2003

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Ayer por la noche, agarré (por qué decir tomé, no veo el motivo) un libro de la biblioteca (¿de dónde habría de sacarlo?) qui s’appelle. Qui s'appelle... No me acuerdo comment s'appelle. Ah! Sí: "La fuerza de las cosas" El título suena tan estúpido como el de una película americana de amor cuya protagonista fuera Meg Ryan. Nobstante. Al abrirlo apareció, leve y semidesecha -frágil- quemada de cigarrillo y de tiempo una servilleta de papel donde copié una frase de Simone de Beauvoir (la autora del libro en cuestión) que dice “Las palabras no retienen la realidad sino después de haberla asesinado, dejan escapar lo más importante que hay en ella: su presencia”

Lo que me lleva nuevamente a reflexionar acerca de la inutilidad del lenguaje como traductor de emociones/sensaciones/impresiones. O no digamos inutilidad, parece una palabra demasiado cruel, digamos, en todo caso, impotencia. El lenguaje es una herramienta y como toda herramienta sirve mejor ciertos fines que otros. Según Sartre el escritor debería partir de la aceptación de este divorcio entre la realidad y la obra. Según Sartre los intentos de Virginia fueron, en cierta medida, vanos.

Ah, pero para qué esforzarse en el ordenamiento.

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