lunes, agosto 30, 2010

y vos, mi sol, querías hacer sonar tu música en medio de un ejército de estúpidos, y entre el enojo y el llanto revoleaste el almohadón (y la princesa se asustó, y lloró también por nada porque ella no sabe, su mamá no le enseñó).

en cada ser anida la ampolla de los afectos, frágil. la ampolla verde, la ampolla de la tarde.

cuando

un agujero (un punto) en la pared
se vuelve más importante que la felicidad de un niño
es decir: se convierte en el resquicio por donde se escapa, por donde se pierden los cariños, las palabras dulces, por donde se tergiversa el sentido de la trascendencia

para vos:
(hija de puta)

nada.

.
.
.

entre la pena y la nada, yo sé muy bien que prefiero.

jueves, agosto 26, 2010

ahora

dentro del silencio hecho con ruidos mínimos, una respiración de cañerías, el teclado, las puertas de los ascensores, nadie en la mañana y un anoche épico de vino derramado, pienso en nueve años y en la paradoja de algunos más atrás traídos en el tiempo, en las palabras
una conversación entrecortada
(me olvidé de hoy)
tengo un anillo de oro blanco con la fecha, el nombre, símbolo de mi fidelidad y amor
(recíbelo)
alguien que dice cosas pornográficas
mi cuerpo adormilado dentro de la seda negra
soy ya otra
no tan exaltada
aún el cabello largo
el vientre con ausencia de hijos, marcada al sur la cicatriz de la maternidad, una preocupación eterna, una cadencia
quiero música
quiero bailar

lunes, agosto 16, 2010

no hay felicidad más grande que las manos calientes de mis hijos, la infancia que me vuelve en la casa construida en el hueco de la mesa.

lunes, agosto 09, 2010

las uñas rojo sangre

un poco desprolijas, la falta de costumbre, quizás, ahora sos como una señora grande con las manos de colores. la bebé en una cajita de cristal que ya no es el vientre cálido y oscuro sino una espera que no se termina y una mamá sola, extrañando, por ahí: en otra flor de la ciudad, en otro momento.

todos duermen y se acabó el chocolate. no sé qué morbosidad espantosa me detiene a contemplar las fotos de un hombre colgado cabeza abajo. muerto.

perdí el libro de nabokov apenas comenzado, no puedo encontrarlo como no puedo encontrar una solución al problema del quehacer. sé qué está en algún lugar porque no puede haberse desmaterializado de un día para el otro, pero mientras una y otra cosa y otra me distraen y es probable que sólo aprezca cuando ya no me interese.

la pluma azul erguida en su soporte, el tintero desmayado, una lechuza cebra mirando hacia los libros: así es este instante en el que escribo porque la noche es muy inmensa, muy callada.

...

la una. ya! la anticipación del cansancio de mañana, correr con los niños para no llegar tarde al colegio (la ropa ya la preparé, las mochilas ya las preparé, la nota a la maestra diciendo: me preocupa, la mesa para el desayuno ya la preparé, ya dí otra capa de barniz) para no llegar tarde a la oficina y guardar un poco en el bolsillo el insulto pero dejarlo estallar ante quien no corresponde, quejarme por trivialidades y oirme quejándome por trivialidades, verme, sentirme fastidiada con mi deredor y con mí misma por no hallar, aún, esa respuesta que me debo.