miércoles, noviembre 24, 2004

lunes, noviembre 22, 2004

princesas

Y de éste y de aquél, y de aquéllos y de éstos, libre y desenfadadamente triunfa la hermosa Marcela, y todos los que la conocemos estamos esperando en qué ha de parar su altivez y quién ha de ser el dichoso que ha de venir a domeñar condición tan terrible y gozar de hermosura tan extremada.


hay una que se cercenó la carne del abdomen porque le parecía que tenía el estómago flojo, que se le iba a salir, quedaba feo verlo en el espejo, necesitaba, le urgía sentirse mejor con ella misma y por eso, además, se sacó lo que le sobraba de las piernas; hay otra que lo que se tiene que operar son las naranjas que le crecieron en el útero y se lo hincharon como canasta de feria, van a arrancárselo nomás, extirpárselo, van a dejarla vacía, entonces llora, le dan ataques de comprarse ropa de preñez y disfrazarse; hay otra que bebe y bebe sola, en su casa, abrazada a la botella hasta que la vence el sueño, luego la vence el cansancio, luego quién sabe qué angustias, luego la botella otra vez y así le pasan las noches; después está la otra que sin que nadie la obligue se enclaustra en el encierro del otro, elige amortajarse una vez por semana, qué preciosidad; también hay la que se la pasa de la clase de tango a la de flamenco, del taller literario al ciclo de cine polaco, de la a a la zeta y siempre se queda en un paréntesis ahogado en puntos suspensivos, no hay poronga que le venga bien; está aquella a la que la atiborran de hormonas y de análisis y cosas porque los hijos no le crecen en el vientre y desespera; está la obsesionada con el engaño que le infringen y la que infringe engaños y se infringe; la que piensa todo el tiempo en eso y la que hace eso todo el tiempo y nunca piensa en nada.

martes, noviembre 16, 2004

Después de tanto ver repetido el asuntito de la magdalena de Proust y la medialuna del vendedor de camisones a lo largo de la novela que, digámoslo literariamente, me ocupa --valga aclarar que como lectora y no como escritora en ciernes o en vías de desarrollo--, decía, luego de recordar la dichosa magdalenita embebida en té no puedo dejar de preguntarme qué hubiera sido de la literatura si en lugar de una magdalena el buen Marcel hubiese remojado, pongamos por caso, un pan convenientemente untado con manteca.

Como la cuestión no reviste la menor de las importancias, puedo pasar a otro tema.

Me gustaría poder rezar, cómo no, cómo no. Pero no se me da.

Me gustaría poder escindirme --que no es lo mismo que rescindirme, válgame el cielo, eso sí que no--. Las mujeres, en efecto (o en afecto), venimos preparadas para escindirnos una y otra vez. ¿Los hijos no son eso acaso? Guardamos celosamente entre las piernas, la escisión primal, la herida con que hemos sido concebidas, el tajo, el estrecho de los Dardanelos, el lugar por donde transita todo lo que importa en la vida: porque por ahí entra y de ahí sale la vida misma. Será por eso que hacerlo con forro da esa inquietante sensación de señores: aquí no pasó nada; los despojos se van, no quedan rastros, se pierde la semilla. Resulta, de alguna forma, contra natura: qué felación ni sodomía: el quid de la quisicosa se esconde tras ese molesto cosito(*).

Pero, volviendo a la hendedura, a la cintura de mi reloj biológico, ahí donde se cuelan los mojos del amor y los de la capacidad ociosa mi feminidad, ahí donde se erige el imperio de la pulsión biológica... qué huevada, o mejor dicho, qué conchada estar hablando della hoy, por qué, no sé. Sin embargo, tantos hay que le dedican odas a sus falos, convivimos con tanta pletórica veneración de la poronga, que por qué no. Y a aquél que no gustase, que se fuese a visitar la de su madre, le sugeriría. Con todo respeto.

Evidentemente, hoy tengo la cabeza puesta en la concha.

I had such a cold-blooded erection that I thought I’d never be able to come.

...

With that I backed her against the door and, without even bothering to lift her dress, I stabbed her again and again, shooting a heavy load all over her black silk front.
Henry Miller, Sexus


(*) Nota de la fundación Huésped: por supuesto que no están en discusión las virtudes del adminículo a la hora de prevenir eventos que pueden resultar por demás desagradables.



martes, noviembre 09, 2004

Sí, es como YO lo digo
y se acabó.

Qué lo parió.

En fin, que me estoy hartando de la inoperancia propia. De tan estúpidamente ridícula me encuentro al borde de sentir envidia por mí misma porque he transitado (¡!) mejores momentos (en este preciso instante: en medio de un piquete). Cómo estoy. Buu.

A veces, eso sí, sobreviene el miedo y no hay lugar para ningún otro sentimiento. Otras veces no. Por lo general, esas son las mejores veces. Y así va la vida: tantas veces una cosa, tantas veces otra. Es una multiplicación de = (veces x cosas) para la que no hay tablas.

lunes, noviembre 08, 2004

Prefiero no juzgar a un escritor sino por lo que escribe. Por lo menos en principio. Lo demás viene por añadidura. Será una perogrullada pero, en general, de los escritores me interesan sus escritos.

Leo una nota. ¿Ah, sí? Ajá. Digo, está bien: XX escribe, que es lo que se supone debe hacer todo escritor. Observa la realidad circundante (o no) y crea un nuevo universo (novela) a partir de lo que ésta (la realidad) le sugiere, recuerda, evoca, (o no). ¿Qué hay con eso? Nada. XX menciona además a algún que otro clásico admirado o favorito a quien considera (o no) su maestro/guía/fuente de inspiración. Nada nuevo, nada de malo. Creo. Ahora bien. Resulta que XX tuvo el tupé de enviar su obra a un concurso y, además, la mala suerte ¿? de ganarlo (el concurso). Chau. XX cagó la fruta. El hecho de haber “sacado” un primer premio --se lo sacó a los demás, a quienes lo merecían, por ende es mal habido aun cuando no hubo intención dañina de su parte-- parece ser condición suficiente (aunque no siempre necesaria) para que unos cuantos se dediquen a defenestrar a XX sin empacho alguno. Por supuesto que cabe la posibilidad de que XX sea el paradigma del bodoque en lo que a su arte literario se refiere, con lo cual denuestos y demás calumnias que se profieran en su contra estarían, de alguna forma, justificadas. Por otro lado, hay un problema de información asimétrica: se sabe quién es el ganador pero no se sabe contra quiénes compitió. Bah, algunos llegan a conocerse, pero el universo total de escritores permanece en el misterio, por lo menos para los vulgares mortales entre los que me incluyo. Ergo: ¿y si los otros eran realmente peores? (La gradación debería establecerse de acuerdo a algún criterio de clasificación /calificación medianamente aceptable. Claro, ¿aceptable por quiénes? En este punto voy a echar mano a una contratapa de un libro de Blaisten donde, refiriéndose al cuento que él querría escribir, dice: ¿Qué es un cuento perfecto? Un cuento que permanece. Sobrepasa el resentimiento y la lucidez; toca el corazón de la gente. Es decir, le puede gustar tanto a Barthès como a los muchachos de San Juan y Boedo. Interpólese al género de referencia).

En fin. Como no pienso leer ni a unos ni a otros, tampoco voy a seguir perdiendo el tiempo con estas reflexiones apologéticas.

Punto aparte.

Leo un cuento que me hace, literaturalmente, desternillarme de risa. Cosé de trevién. Y ahí sí que me digo, cuando alguien la tiene atada, la tiene atada y no hay con qué darle. Otra vez: ¿para qué seguir perdiendo el tiempo?

Punto aparte.

Las teorías de Philip Roth acerca del deseo sexual son, sin duda, mucho más divertidas que todas las pelotudeces que acabo de tipear. Pero sucede que no tengo tiempo. Ni ganas.

But for the most part, oddly enough, she must admit that she felt this thing that she called life terrible, hostile, and quick to pounce on you if you gave it a chance.

And then she said to herself, brandishing her sword at life, nonsense.


Claro, y así va la cosa, de un estado de ánimo al opuesto en el correr de medio minuto.

Entra y dice: tengo una entrevista con el Señor Director. ¿Su nombre? Usted solamente avísele que vino a verlo xx, él sabrá de qué se trata.
Luego pasa al despacho del Señor Director y se presenta como quien pudiendo prescindir de todo gesto protocolar se aviene a las convenciones nada más que por no ser descortés. Cruza las piernas dejando entrever eso que toda mujer muestra con fingida displicencia cuando está dispuesta a conseguir lo que quiere(*)

(*) Por supuesto no se trata aquí de andar enseñando bragas, ni encajes, ni escotes pronunciados, sino más bien de dar a entender una cierta disponibilidad, de desplegar una especie de señalización no demasiado explícita ni demasiado inescrutable; algo así como: vos sabés que en definitiva las cosas terminan siempre de una y sólo una manera; o: el camino es fácil pero cuidado con tropezarte; y, aunque en rigor de verdad no se sepa cuál es la manera en que deberían terminar las cosas ni a dónde conduce el camino, la mera posibilidad de la posesión, la sola idea de un embrollo potencial del estilo yo-vos-dejame-a-mí-ya-vas-a-ver-de-lo-que-soy-capaz-te-imaginás-sí-justo-eso- basta para que el tipo acceda a los reclamos de ella. Todo lo anterior razonablemente cubierto por el velo de una conversación más o menos seria, más o menos inteligente también llamada “artificialidad” en palabras de algunos autores.

Claro. Nonsense.

jueves, noviembre 04, 2004

Ante la falta de iniciativa para decir algo mejor que lo que voy a decir, procederé a redundar a la naturaleza mediante la artificiosidad de la palabra.

“Llueve”.

No más poesía por hoy. Pasemos a otro tema.

Una hora estuve más o menos con un ejemplar de una magazine littéraire de noviembre 1998, que traía un dossier dedicado a Spinoza. Ni siquiera recordaba que la tenía, como sucede con la mayoría las “cosas” que esperan por ahí, adormecidas bajo el polvo. Polvo, eso, en los brazos y en la cartera, ¿de dónde habrá salido? --eso fue ayer--.

Entonces. Por qué “entonces”.

Paso de uno nada a otra, de un autor a otro, de un libro a otro, de la magazine littéraire a la aventura de la historia al diario de poesía, de una hojita de libreta a una de cuaderno, de un poema a un cuento, de una idea a una palabra, sin nunca verdaderamente anclar en ningún balde (como si eso fuera posible) y así con todo,
fragmentada
y/o
sub-
dividida
com-
par-
timentada.

No sé a cuento de qué había leído alguna cosa sobre eso de la aceptación de la inexistencia de la libertad. La fascinación morbosa del mar bajo mis pies y pensar: cuánto tiempo necesitaría el mar para tomarme por entero. Para hacerme desaparece, para dejarme ir. Y no por no querer vivir, al contrario. Creo que más bien por volverme parte de eso que no podemos explicar, por ganas nomás, de ser océano. ¿Qué diferencia habría entonces, entre la arena y yo, si me llevara el mar? ¿Qué diferencia hay? Ninguna.

There it was before her – life. Life: she thought but she did not finish her thought. She took a look at life, for she had a clear sense of it there, something real, something private, which she shared neither with her children nor with her husband. (V. Woolf, To the lighthouse).

Ni con nadie, porque la experiencia de la vida es incompartible, ese horror que provoca saber que en un segundo ¿qué?, esa necesidad de trascender, de ser en otro, la sensación de omnipotencia: yo soy vida, yo di vida, yo soy el alimento de.

Hoy, en lugar de una chica Almodóvar quisiera ser V. Woolf. Aunque creo que estoy mucho más cerca de Victoria Abril que de Virginia Woolf. Y con eso te digo todo.

En fin, me voy a tomar la merienda.