lunes, diciembre 29, 2003

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Nos hablamos, hablamos, nos hablamos. Y es que estoy como desencontrada del centro y de la arista porque de repente no me veo en lo que escribo. Es fácil boluda: porque no escribís. Correcto. Finalmente me enteré de que la biblioteca de Río de Janeiro viajó con la familia real cuando Portugal estaba siendo invadido por el empecinamiento napoleónico, que en Brasil se pretendió dar vida a la realeza, se intentó la construcción de un Imperio. Y me digo: ahora entiendo. Ahora entiendo el espíritu conquistador. Pero es un tema que no me interesa, después de anoche, entre cigarrillos cof-cof noqueremoshacertedaño pero, el cansancio impide cualquier pretensión de escritura y/o razonamiento.

Todavía no termino con V. Woolf. Un hombre me pregunta ¿es bueno? Me gusta. Leí todo de ella, en español. Ah. Yo solo Mrs. Dalloway, Orlando, The waves. Y suena un celular y la conversación queda en un qué se le habrá dado a este por hablarme.
Y ahora pienso en esas charlas, como la del viernes, esos encuentros en los que de repente se alcanza un instante efímero de intimidad en el que se llega por un momento a comprender al otro, el que está frente a nosotros dándose en palabras, en gestos, en miradas, y me alegro de que haya sucedido, no es algo que ocurra a diario, ni remotamente, qué tanto. Hablamos de escribir y de literatura y de por qué comunicar, por qué el deseo de la lectura ajena, la completitud de la mirada del otro, la que cierra el ciclo. Nadie pintaría un cuadro para ponerlo de cara a la pared. Claro que no. Hay algo que se quiere decir, por supuesto, si al fin de cuentas trabajamos con palabras, y si bien el placer de la creación es infinito por sí solo, ¿por qué negarnos a la caricia de otros ojos? ¿Qué tiene eso de malo? Pues nada. Pues nada. ¡Salud!

lunes, diciembre 22, 2003

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Entre o azul do céu e o verde do mar, o navio ruma o verde-amarelo pátrio. Três horas da tarde. Ar parado. Calor.
Jorge Amado – O país do carnaval

No silêncio tique taque da sala de jantar informei mamãe que não havia Deus porque Deus era a natureza.
Oswald de Andrade – Memórias Sentimentais de João Miramar


En Río hacía un calor magnificente, insoportablemente abrumador, tanto que era imposible no tomar conciencia del absoluto. Siento y luego existo: y el calor se parece a las espuelas de la irracionalidad que todo lo acicatean, que todo lo agigantan y deforman hasta que un hecho simple, irrelevante, se vea absurdo y monumental: inapresable. El calor como un capricho de la naturaleza empecinada en manifestarse. El calor como una incitación al avergelamiento, sí, el avergelamiento de las plantas que crecen en medio de lujurias inimaginables y el de las ideas que se enriedan hasta defenestrarse en nada. Pero algunas cuestiones, el calor o el acaloramiento, la magnificación de las sensaciones y el aletargamiento funcional, permanecen.

Encontré: el caos latinoamericano y el olor latinoamericano de la miseria y la desigualdad, la certeza, una vez más, de mi fortuna, los colores, la exhuberancia de una naturaleza que no se detiene ni fuera ni dentro de mí, lo insignificante del cuerpo, la grandilocuencia del cuerpo, el abacaxi ñam-ñamdameunomás, el tufo de las calles anegadas, la torpeza de vanguardia de la arquitectura brutalista: cemento, árboles y flores, cemento, cemento, cemento; las favelas amenazadoras; las favelas avergonzantes; las favelas llenas de vida y muerte; Ipanema; Copacabana (con ellas). Y el mar. Siempre el mar. Tal vez Dios exista. Tal vez Dios exista en mí.

jueves, diciembre 11, 2003

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Wonderful fact to reflect upon, that every human creature is constituted to be that profound secret and mystery to every other. A solemn consideration, when enter a great city by night, that every one of those darkly clustered houses encloses its own secret; that every room in every one of them encloses its own secret; that every beating heart in the hundreds of thousands of breasts there, is, if some of its imaginings, a secret to the heart nearest it!

-Charles Dickens- Tale of Two Cities


A falta de la cita sobre el mar, a falta del pasaje donde Madame Defarge teje incansable un nombre tras otro de cada uno de los traidores que a su taberna se acercan, por qué no el comienzo del segundo capítulo del gran culebrón victoriano, como dicen algunos por ahí. Y todo porque alguien mencionó esa manera de escribir al crochet o mejor, con dos agujas, donde punto tras punto las palabras se enredan, se acoplan y se mezclan de manera tal que casi no pueden distinguirse unas de otras y hay que leer el todo sin buscar significados, hay que escuchar con atención la música del texto y lo demás. Lo demás viene por añadidura, en la segunda, la tercera o la cuarta lectura. Y tal vez sean esos textos tan arcanos como ingresar a una ciudad a oscuras, apenas percibiendo las sombras tras las que se oculta la vida y que sólo nos es dada a intuir o adivinar (en el mejor de los casos) tras una especie de exégesis empedernida que bien vale el esfuerzo.

miércoles, diciembre 10, 2003

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A piece of the storm

From the shadow of domes in the city of domes,
A snowflake, a blizzard of one, weightless, entered your room
And made its way to the arm of the chair where you, looking up
From your book, saw it the moment it landed.
That's all There was to it. No more than a solemn waking
To brevity, to the lifting and falling away of attention, swiftly,
A time between times, a flowerless funeral. No more than that
Except for the feeling that this piece of the storm,
Which turned into nothing before your eyes, would come back,
That someone years hence, sitting as you are now, might say:
"It's time. The air is ready. The sky has an opening."

-Mark Strand-


Por qué pensar que podemos llegar a alguna parte, si los destinos se van corriendo sucesivamente, escapando a nuestros torpes manoteos de manera que siempre creemos que es otro el lugar donde deberíamos estar. En algún rincón de Buenos Aires un hombre, apenas iluminado por el círculo de un foco, lee un cuento de Mark Strand, una historia tan absurda que provoca la risa, la mía y la de otros, tan diferente el cuento de los dos o tres poemas que rescaté del remolino de las redes que me asombra que la misma persona... en fin. ¿De qué me asombro? Sobre mi mesa: un vaso a medio camino del vacío y mis manos, displicentes por hoy, vacías también.

¿Has visto alguna vez una tormenta de nieve? No, jamás. O sí, y tal vez eso sea la ansiedad de la palabra: una tormenta de nieve que en la cercanía de un momento se transforma en nada. “A flowerless funeral” porque los propios pensamientos son las flores que se acaban. Por ahora es nada más que esto: un intentar beberse la vida de un trago y luego revolear el vidrio para que se haga añicos, sin pensar que fue ese mismo vidrio el que permitió que el líquido no se derramara antes de que la lengua y la bebida fueran una sola. Beberse a las personas y vaciarlas. No me gusta ser el vidrio que termina contra el suelo. Ah, y sin embargo las astillas también tienen su fuerza. Salud! Salud Virginia rumbo al faro.


martes, diciembre 09, 2003

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¿Qu’est-ce que la communication?

Vos no te preocupes que yo te llamo y te aviso lo que hago, si es que te aviso, si es que te llamo siquiera, tal vez en una hora ya no me importe –la dulcísima naranja de ombliguito colorado–. Tal vez en una hora, u hora y cuarto, ya no me interese. Y siempre hay alguien que espera en un denuedo de paciencia inexplicable. ¿Dónde quedó la comunicación? ¿Dónde quedó?

La teoría de la pulsión hormonal: yo soy hoy una función, me he convertido en la carne blanda de la ostra que silenciosa acuna la simiente que el mar le ha regalado, la protege, la cubre con nacarados besos hasta transformarla en perla y mientras tanto, la ostra y la perla son la misma cosa, sólo una, soy la ostra, soy la perla y soy el mar que nos contiene. Pero. Entonces. ¿Dónde quedó la comunicación? Y ya veo yo que mi teoría ha funcionado, cuando existe la motivación de las hormonas, el deseo implícito o explicito, la posibilidad de, es ahí donde la comunicación fluye sin problema alguno porque en definitiva, lo que se busca, sin necesidad de llegar al punto del encuentro, es la tensión, la carrera por el sexo, la carrera loca pero insoslayable cuyo primer premio es la consecución de la función biológica que todo lo corroe, que todo lo bendice. Y es así como palabra sobre palabra el intercambio queda transformado en nada una vez que la cuerda se ha aflojado. Una vez que el deseo se anula o se plantea la imposibilidad de su materialización.

Es su condición de posible la que produce el movimiento. La que una vez anulada provoca que hoy a alguien ya no le interese hablar con otro alguien.


martes, diciembre 02, 2003

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Estoy intentando leer a Virginia Woolf, To the lighthouse, no sé por cuánto tiempo voy a poder seguir esta novela (el proyecto de una falacia compartida me espera en algún lado). Pero por el momento puedo pensar, si quiero, y recordar.

Mirar el mar y permitir que la fascinación que ejerce sobre mí me lleve al deseo (caprichoso) de que me devore por completo. Cuánto tiempo necesita el mar para hacerme desaparecer, es un pensamiento recurrente, que nada tiene que ver con ningún instinto suicida, sino que está relacionado con lo tangible de lo efímero (mi cuerpo) confrontado con la apariencia eterna del agua que lame las piedras. La piedra y yo, después de todo, estamos hechas de la misma sustancia ¿qué sómos ella y yo en el tiempo?

Ahora intento recordar una cita ¿cuál? que alguna vez marqué en Tale of two cities, acerca del mar, acerca de la fuerza demoledora de su presencia. Pero. No me la sé. Ergo: debo esperar a tener el libro entre mis manos y copiarla en un bartlerbynezco acto de felonía. Carita Juosten también escribe cosas, miles, maravillosas, sobre el mar, sobre los caracoles.

lunes, diciembre 01, 2003

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Ayer por la noche, agarré (por qué decir tomé, no veo el motivo) un libro de la biblioteca (¿de dónde habría de sacarlo?) qui s’appelle. Qui s'appelle... No me acuerdo comment s'appelle. Ah! Sí: "La fuerza de las cosas" El título suena tan estúpido como el de una película americana de amor cuya protagonista fuera Meg Ryan. Nobstante. Al abrirlo apareció, leve y semidesecha -frágil- quemada de cigarrillo y de tiempo una servilleta de papel donde copié una frase de Simone de Beauvoir (la autora del libro en cuestión) que dice “Las palabras no retienen la realidad sino después de haberla asesinado, dejan escapar lo más importante que hay en ella: su presencia”

Lo que me lleva nuevamente a reflexionar acerca de la inutilidad del lenguaje como traductor de emociones/sensaciones/impresiones. O no digamos inutilidad, parece una palabra demasiado cruel, digamos, en todo caso, impotencia. El lenguaje es una herramienta y como toda herramienta sirve mejor ciertos fines que otros. Según Sartre el escritor debería partir de la aceptación de este divorcio entre la realidad y la obra. Según Sartre los intentos de Virginia fueron, en cierta medida, vanos.

Ah, pero para qué esforzarse en el ordenamiento.